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Carlos Fernández Llaneza

Un viejo anuncio y un recuerdo

La evolución de las consultas de los dentistas

Pocas cosas habrá que produzcan tanta dentera, aun sólo con el recuerdo, como el sonido del torno de un dentista. Ese sonido agudo que nos eriza el vello, nos hace sudar y contrae nuestra musculatura con rigidez. Afortunadamente, muy lejos están los tiempos en los que la salud dental, por llamarlo de alguna manera, estaba en manos de barberos; lo mismo practicaban alguna cirugía menor, ponían sanguijuelas o sacaban una muela. Hoy, afortunadamente, la oferta para el cuidado dental es numerosa y la preocupación por la salud buco dental es prioritaria desde la infancia, que mejor es prevenir que curar; así lo creía Don Quijote: “Boca sin muelas es como un molino sin piedra y en mucho más se ha de estimar un diente que un diamante” y, por cierto, bien lo debía saber Cervantes pues como escribió de sí mismo: “Los dientes, ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos”. Muchos recordarán, seguro, sus visitas a los dentistas como una pesadilla; no era precisamente agradable. Bien, pues voy a compartir con ustedes un anuncio que me ha llamado la atención. Es de 1897. En él se promocionaba la consulta de P. Blanco, cirujano dentista de la Facultad de Medicina de Madrid que atendía, para consultas y operaciones, en Fruela 18, 2º de 9 a 12 y de 2 a 6. En su anuncio, el Dr. Blanco ofertaba “especial cuidado a la conservación de los dientes por medio de obturaciones con metales finos y pastas de marfil que garantiza su bondad y duración”. Ofrecía asimismo la elaboración de “dentaduras completas y dientes sueltos montados en oro, platino, aluminio, caotchouc y de encía continua esmaltada, garantizando a los que los necesiten poder comer con ellos a semejanza de con los naturales”. No dejaba de alabar su moderno equipamiento tecnológico pues “para las extracciones, tanto de los dientes como de los raigones, posee un rico y completo arsenal de instrumentos y aparatos que permiten hacer las operaciones más delicadas y precisas con el menor dolor posible del paciente y sin lesionar en lo más mínimo las encías y los alveolos”. Ofrecía asimismo a los ovetenses la “cura sin operación del dolor de muelas determinado por las caries o la periodontitis”.

Un viejo anuncio y un recuerdo

No sé si todos los ovetenses de aquel final del siglo XIX se podrían permitir asistir a la consulta del Dr. Blanco. No hay que remontarse tantos años para hallar en nuestro íntimo archivo de imágenes la de algún hombre o mujer en el que el número de piezas dentales era inversamente proporcional al número de años. Escribo estas líneas y brota el recuerdo vivaz de un anciano, no recuerdo su nombre; tal vez nunca lo supe, acogido, creo, en una residencia de ancianos cercana a Vallobín. Cada día, camino de su hogar, a veces un tanto tambaleante, se paraba ante nuestra pandilla. Boina completamente raida. Chaqueta ajada. Y un chaleco rozado y deslucido del que nunca dejaba de aflorar una cadenilla dorada, probablemente su mayor patrimonio. Nos decía unas palabras totalmente ininteligibles y se iba; eso sí, su mirada vivaracha, chispeante, risueña permanecía y me interrogaba sobre su pasado. Y nunca faltaba su sonrisa perenne en una boca totalmente mellada. Aquel hombre, del que nunca supe nada a pesar de verlo casi a diario, bien lo lamento, brota de la profundidad de los recuerdos gracias a un viejo anuncio ovetense de 1897. He de agradecérselo a P. Blanco.

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