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José Ramón Castañón, Pochi

Oviedín del alma

Los diferentes enfoques de la realidad de la ciudad

Tranquilos, no me voy a poner a cantar en modo chigre alguna tonada chillona y sidrera. No soy dado a los banales placeres de los baratos canturreos exaltadores de simplezas acumuladas, más bien soy persona comedida y vergonzosa, racional y buscadora, de mirada equilibrada y de juicio nada fácil.

Pero confieso sin rubor que soy un enamorado de esta ciudad, en ella nací, en ella aprendí la alegría de los amigos y del juego, en ella corrí en algaradas de libertad, en ella fui adolescente de enamoramientos, en ella aprendí a pensar, a decir y a dialogar, en ella descubrí lo que soy y lo que vivo, en ella saboreo cada día migajas de pueblo, de gentes y palabras sencillas, en ella descubro con asombro pinceladas de belleza, de sensibilidad, de inteligencia desmedida. Todo rebosa en trabajo, en hospitalidad, en creatividad desmedida, en cultura escrita con grandes letras para gentes pequeñas. Vaya, que no se me caen los anillos ni me considero menos por confesar eso de mi “Oviedín del alma”, no por retorcimientos de zafios populismos, sino por la literalidad de los conceptos, la interioridad de mi existir no es más que la amabilidad cariñosa y regalada de esta pequeña ciudad provinciana.

Y ¿por qué esta declaración de intenciones? El otro día escuchaba a los recién estrenados opositores-opositoras de nuestra ciudad, auspiciados por la ebúrnea y probada inteligencia de su vicesecretaria general de los primaverales políticos, que Oviedo no se merecía a esos gestores que proclaman gobernar por un Oviedín del alma. Como admirador del preclaro y corrosivo Schopenhauer, estoy convencido de que cuanto más vulgar e ignorante es el hombre, o la mujer en este caso, menos enigmática le parece la realidad, todo le parece que se explica por sí solo o por cuatro banalidades manidas, porque su inteligencia no ha dejado de ser esclava de una simple voluntad que vomita motivos vacíos de realidad. “Queremos un gobierno de progreso e innovador”, ya está la frasecita, verdadera epagogé (digo algo simple que ni el más tonto puede refutar) o el argumento ad verecundiam (la autoridad de lo simple). ¡Vamos a ver, por partes! Podrías habernos dicho que pretendes gobernar por una ciudad que potencia el tejido empresarial y las iniciativas ciudadanas de desarrollo, que revaloriza las riquezas que tiene como una llamada al turismo, que vas a ofrecer la posibilidad de que todos los ovetenses accedan a un empleo digno; que vas a escuchar a cada ciudadano con el respeto de quien sirve y no estás ahí porque viene a vender ideologías vacías; o hablarnos de fomentar iniciativas de participación popular en verdadera democracia sin amiguismos, o abrir la cultura para todos los ciudadanos. Qué sé yo cuántas cosas podrías haber dicho, pero no, tiraste de dos tópicos vacíos, que cada vez menos tontos se creen; como si los que están, los que estuvieron y los que vengan no quisieran llevar esta ciudad hacia adelante; o esos mantras de la innovación y la sostenibilidad que parece que os apropiáis como un invento exclusivo, como si no supiéramos ya lo que eso significa para vosotros.

Permitidme concluir con una “mutatio controversiae”. Queridos opositores de gestiones locales, ¿no os parece que lo primero que tendríais que hacer es demostrarnos que os importa la gente, aunque no sean de vuestros votantes, que tenéis ofertas reales y realizables para todos, y no simples primaverales frasecitas que nunca sabéis el tiempo que nos van a traer? Perdonadme, prefiero a un tonto que hable del Oviedín del alma, que descuelga el teléfono cuando le llamas, que no a un pseudoprogre ofendidito nada más que se levanta.

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