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José Ramón Castañón, Pochi

Mayo de primera comunión

Reivindicación a favor del sentido cristiano de la celebración

Llega el luminoso mes de mayo y nuestra ciudad se tiñe de ilusiones, de griteríos, de niñas y niños con sus vestidos a estrenar. Agotados de una difícil pandemia, parece que recuperamos la normalidad en todos los espacios vitales, también en nuestras parroquias y sus celebraciones esenciales. Nuestras primeras comuniones vuelven a llenar las celebraciones primaverales. Casi sin restricciones, salvo unas mascarillas y un mucho de prudencia, en las parroquias de nuestra ciudad hemos recuperado aquellas celebraciones inocentes y alegres de siempre. Nunca hemos dejado el trabajo catequético, ni de celebrar, aunque fuera tímidamente, pero es una verdadera alegría volver a contemplar los rostros de nuestros pequeños que vuelven a celebrar ilusionados, con sonrisas nuevas su primera comunión, uno de esos momentos esenciales y especiales en la vida de todo niño.

El sacramento de la Eucaristía, la “communio”, “participar en común”. Es un momento en el que se reúnen familiares y amigos que comparten creencias, para celebrar el abrazo entre lo humano y lo divino. Es un momento de alegría y fiesta. Es importante que este primer encuentro sea un sincero valor para los pequeños y un momento muy profundo en sus vidas. Cuando se abren, como un ensayo de adultos libres y capaces, a los valores éticos y a las certezas espirituales, y que tenemos que acompañarlos y guiarlos para que se afiancen y perduren a través de los años. Sería bueno que entendieran lo que celebran e intuyeran lo que van a vivir. Primero saber leer los símbolos de la Eucaristía: la mesa, el banquete, el amor, la entrega, el pan y el vino como acontecimientos de vida renovada y regalada; la Palabra que escuchamos y la vida que regalamos. El “agradecimiento” por ese gesto de amor que es la Eucaristía, que resume todo el gesto, que es el gesto de todo un Dios y del hombre unidos. Y, sobre todo, la verdadera integración de los niños y de sus padres en la vida de la comunidad cristiana.

Oviedo sabe a primavera y a celebraciones, pero también nos deja el regusto de una amargura fracasada. No acaba de disminuir el peso social que sigue rodeando la celebración de la primera comunión como un factor que oculta, en no pequeña medida, tanto el valor de la iniciación cristiana como el de su sentido de compromiso evangélico. Este es el caballo de batalla de nuestras parroquias, que ven cómo se da más importancia al acto social y a la fiesta que se organiza en lugar de poner todo el énfasis en el sacramento y en el compromiso, que tanto el niño como su familia están asumiendo como creyentes. Desde hace unos años, las celebraciones de las primeras comuniones son, en muchos casos, prácticamente como si fueran bodas, de excesos desmedidos y sin sentido, de gastos exagerados y poco acordes con las circunstancias actuales, donde el mensaje de lo que realmente es el sacramento de la Eucaristía y la importancia de recibir la primera comunión ha quedado completamente distorsionado.

Este humilde cura de barrio, como todos mis compañeros, desde nuestra ingenua utopía, y desde nuestro compromiso y entrega a cada familia de esta ciudad, desde nuestra honestidad, queremos reivindicar que se ponga el énfasis, con valentía y coherencia, en una celebración que nunca olvide el sentido cristiano y sea expresión de la comunidad eclesial que celebra la Eucaristía con sencillez y profundidad creyente.

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