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Gonzalo García-Conde

Paraíso capital

Gonzalo García-Conde

El viaje en vena de Pablo Valdés

El golpe de suerte de los artistas

Cuenta Pablo Valdés que, cuando llegó al FNAC de Barcelona para su primer concierto en la ciudad condal, se encontró una cola inmensa de gente que iba exclusivamente para verle a él. La tienda había desbordado su aforo y todos parecían conocerle. Corría el año 2008 y, en ese momento, no pudo evitar pensar que había triunfado, que aquello funcionaba y que se iba a convertir en un cantante famoso. Había ganado el concurso de “40 Principales” a nivel nacional. Su vídeo sonaba mil veces al día en el canal “Sol Música”. “Amor en vena” era un hit de manual. Ya no era Oviedo, ni León, ni Santander. Era Barcelona. Y de pronto explotó la burbuja inmobiliaria. La crisis arrasó con todo. También con sus sueños.

Esa podría ser la historia de tantos artistas que se quedan por el camino. Un fogonazo, un instante, un resplandor... y después el olvido. Una letanía el resto de sus días lamentando lo que podía haber sido y no fue. Coleccionando excusas madrugada tras madrugada. Pero ese tipo lastimero no es Pablo Valdés. Cualquier buen observador se habría dado cuenta sólo con verle empezar el estribillo de su primer éxito. Esa sonrisa luminosa, esa actitud de “escucha nena, esto que viene ahora es el tipo de hombre que soy yo”.

A esas alturas, lo que Valdés ya tenía en vena era el veneno de la música en directo. La carretera infinita. Una adicción que, desde entonces, le exige subirse a un escenario varias veces por semana. Se dio cuenta de que, si bien había tenido un golpe de suerte con aquellas primeras canciones, aunque todo hubiese salido mal, lo que tenía que hacer a partir de ese momento era picar piedra. Tocar mejor, cantar mejor, componer más canciones. Tocar, tocar y tocar hasta sangrar por los dedos. Si la suerte le volvía a buscar, que se lo encontrase sobre el escenario.

A día de hoy, quince años después de aquel primer premio, no es difícil entrar en un bar de Asturias y encontrar a Pablo tocando. Puede ser en Teverga, en la Pola, en las jornadas dylanitas de Avilés, en cualquier fiesta de prao. Valdés puede decir gallasperu que él vive de la música porque se lo curra. Se mueve a todas partes con sus guitarras y su armónica. Monta su equipo de sonido, enchufa y funciona. Orgullo le sobra. La portada de “A todo gas”, uno de sus discos con “Crazy Lovers”, es un caracol con un casco de carreras. Toda una alegoría de su carrera profesional. Actitud y sentido del humor.

Muchas veces, cuando empieza su actuación en algún garito perdido, la gente no le presta atención en un principio. A él eso le da igual. Comienza a rasgar las cuerdas de su instrumento con total profesionalidad porque sabe que, antes o después, va a captar la atención de uno, y luego de otro, hasta convertirse en el protagonista de la velada. Tiene ese algo que despierta interés, que anima a cantar. Si no te sabes sus canciones, te las explica mientras te roba una carcajada. Madrid, Llanes, Tapia. El viaje continúa. De hecho, esta semana acaba de publicar un nuevo disco virtual, gratis, en Spotify. Siete canciones más.

Yo me sé el show de Pablo Valdés de memoria. Lo he visto docenas de veces. La de las botas de la suerte, el blues de los ojos cerrados, Me gustas. Conozco todos sus chistes y me sigo riendo igual. De hecho, fue el músico residente de La Calleja durante años. Va contando por ahí que incluso le traspasé a los nuevos propietarios junto con el resto del mobiliario. Le admiro porque ha decidido no obsesionarse con el destino sino disfrutar del viaje. Cuando, antes del estribillo, saca su sonrisa e ilumina toda la sala, yo pienso que merece que le llegue ese famoso golpe de suerte. Él no. Otra canción, otro estribillo. Quizá algún día.

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