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antonio masip

Con vistas al Naranco

Antonio Masip

La rosa Narcea en la Rosaleda

Recuerdos de juventud en el paseo del Campo San Francisco

“Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y al despertar encontrara esa flor en su mano” sería la invención antigua y general de las generaciones de amantes que pidieron como prenda una flor” Borges, J. L., “La flor de Colerigde”

En los primeros setenta aterrizaba en Oviedo, tras sendos periplos de estudiante bilbaíno y de pasante de abogado madrileño. Como cualquier joven, me había enamorado consiguiendo llevar a mi amada hasta semioscuridad. Conocía la joya francisca y allí logré un beso. Fue en la Rosaleda, que no entiendo hayan desaparecido. Louis Delaprée escribe en plena guerra incivil para “France soir” que, uniformado, el jardinero municipal cortaba musgos y rosas. La enredadera, verde y, en efecto, rosácea trepaba sobre malla metálica traslúcida, cuyo colorido, sin verlo, Eloína y yo presentíamos de la palidez lunática.

Volvimos un par de meses después con luna todavía más llena. ¡Era nuestra balconada veronesa! La eternidad glorifica metáfora mujer/flor de la Beldad Poética al Infinito Galáctico. Mi amiga Belén Yuste divulga la variedad científica rosal publicitando Setsuko Thurlow, superviviente de Hiroshima, Rosa de Esperanza contra nucleares, unida a sus ya nominadas Ramón (y) Cajal y Margarita Salas. Ahora leo en LNE la particularidad de la “Rosa Narcea”, que ensalzan José Víctor, alcalde cangués, y Carmen Martínez, del CSIC. La naturaleza brindaba flor canguesa. La proverbial tardanza identificable entre la vega fluvial explica ausencia todavía de manojos, gavillas o ramilletes que llegarán.

La impecable columnista Leila Guerriero recoloca mi juventud erótica. Siempre me atrajeron mujeres mayores. Secreto que guardaba al pirarme chica de 23 teniendo yo 16, sufridor de llama desigual, platónica o imposible. Y así convivía con interior burbujeante, “En brazos de la mujer madura”, que hizo en cine Manolo Lombardero Jr. Opté, bajo la Rosaleda, por los quilates que precisaba.

¡Rebién la Rosa N! La descubrí sin investigación botánica...

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