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Javier Junceda

Contra el olvido

El abogado y escritor Javier Junceda presenta hoy en el Club Prensa Asturiana “Contra el olvido”, el libro sobre Oviedo que ha escrito el periodista Juan de Lillo, a quien Junceda glosa en el siguiente artículo

Las interminables escaleras de la estación del Vasco que Juan de Lillo sufría cuando era crío no le hicieron perder ni una pizca del cariño que siempre ha tenido por Oviedo. Al contrario: incrementaron en él ese profundo hechizo, como puede comprobarse leyendo su nuevo libro. Desde aquellas visitas infantiles hasta hoy, se extiende una larga vida observando y contando las cosas de esta heroica, noble y leal ciudad que nunca sabremos si ha dejado del todo de hacer la digestión de la olla podrida. Las páginas ovetenses de su obra están impregnadas de ese hondo amor a la capital, desde los recuerdos clarinianos, –que para él son, además, familiares–, hasta otros datos eruditos, pasando por las divertidas historias extraídas del ingenio de su paisanaje, muchas de ellas preñadas de ese peculiar humor entre escéptico e iconoclasta que gastamos aquí. No diré yo que esa coña tan nuestra sea una eficaz perforadora de esófagos, como dice Ussía de los zumos de los aviones, pero por ahí van los tiros. Cuando a un ovetense se le atraviesa alguien, es capaz de desplegar asombrosas destrezas en el animus iocandi, que en derecho se traduce en el empleo de altas dosis de cabronicio, –como lo califica un buen amigo–, para desacreditar o menospreciar, aunque aquí tal vez seamos más proclives a esto último.

Juan de Lillo puede rescatar ese socarrón anecdotario porque es un ovetense integral, tertuliano, melómano y futbolero. Añádase que es periodista, uno de los más grandes que hemos tenido. Los golpes que recoge se extienden a todos esos palos, desde el desternillante caso de la destilería escocesa en La Argañosa, a la doble fabada cenada por Maurice Ravel o los apaños de un gerifalte del balompié local a la hora de untar al colegiado que tenía que arbitrar en Buenavista. Quien desee conocer los nombres de los que nutrían las tertulias más conocidas de aquel Oviedín del alma encontrará en su texto el mejor censo que se ha escrito. O los que busquen las más lamentables hazañas de la piqueta incivil, que arrasó una urbe preciosa que hubiera sido un mayor prodigio de belleza de no haber perdido de forma irresponsable tanto rico patrimonio arquitectónico.

Su asturianía vibra con intensidad cuando repasa con emoción las vidas de esos paisanos que cruzaron el mar guiados por una eterna alborada de descubrimientos, como reza en la placa del monumento al emigrante de la playa de Navia. El reloj que toca nuestro himno en la metrópoli azteca, el “pie de Oviedo” habanero –que es medida de construcción allá–, los asturvenezolanos, o las andanzas de un viejo roble langreano trasplantado en Lima, son algunas de las memorias que ahora se recuperan. Cuando uno las lee, enseguida se siente paseando por las calles donde se desarrollan, percibiendo el calor del sol y el olor de esas entrañables naciones hermanas.

Comparto todo lo que escribe Juan de Lillo. Y me gustaría saber hacerlo como él, con esa enjundia y sentimiento tan humanos. Su equilibrio personal lo vuelca en su pluma, como cualquier lector despierto sabrá advertir. De Lillo, desde luego, convive a las mil maravillas con ideas diferentes a las suyas, pero solo si detrás detecta a gentes sensatas, sinceras, que persiguen el bien común. Ni es dogmático ni relativista: apunta directo a los embelecos y disparates que nos rodean y que no conocen por desgracia de ideologías ni formas de ver las cosas.

En tiempos tan propicios para esconderse, De Lillo se muestra con naturalidad tal y como es y como piensa, sin caer en esa odiosa corrección que han traído los que no soportan la libertad. A ese totalitarismo monocolor le espantan voces como la suya, independientes y valientes, que nacen del sano orgullo de pertenencia a un país que ha sido muy fértil en intelectuales como él, abiertos a la realidad que les ha tocado vivir, pero sin olvidar de dónde venimos ni mucho menos hacia dónde debemos encaminarnos.

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