El año 116 de la Sociedad Filarmónica nos deparó, a pesar de todas dificultades, un nivel notable en lo musical a lo largo de toda la temporada. Como ejemplo sirve el concierto del pasado miércoles a cargo de Valeria Zorina y Brenno Ambrosini.
A las ocho menos cuarto, puntualidad británica, comenzaron a sonar los primeros acordes del “Poema Elegíaco”, op. 12 de Ysayë, una pieza virtuosa y muy expresiva donde Zorina brilló con luz propia, dominando todos los registros del violín y extrayendo siempre una sonoridad aterciopelada muy atractiva. Ambrosini, en su exigente papel de acompañar a la violinista moldava, se plegó a las exigencias del guion, arropándola y esperándola en todo momento.
La “Sonata para violín y piano en fa menor”, op. 4 de Mendelssohn recrea por momentos ese sabor nostálgico tan propio del Romanticismo. Cuidadosos en la afinación, los dos músicos ejecutaron de forma aseada los tres movimientos de esta pieza, ágil y fresca, compaginando algunos fragmentos cantábiles e intimistas con otros más pasionales y de volumen desbordante.
Pero todo este incipiente poderío expresivo quedó eclipsado ante la interpretación de la “Sonata para violín y piano número 3 en re menor”, op. 108 de Brahms. Durante sus cuatro movimientos, el dúo mostró su elegancia en la resolución de los compases de mayor dificultad, luciendo siempre bien ensamblados a pesar de los contratempos, los accelerandos y la endiablada velocidad de algunos de los pasajes más característicos del dramático “Presto agitato” que entusiasmaron a los fieles de la Filarmónica.
La “chanson de matin” de Elgar, como propina, fue sin duda un caramelo para clausurar la temporada con buen sabor de boca.