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Enrique Martínez

Una vocación médica nacida en la guerra

Homenaje al cirujano Luis Estrada en el centenario de su nacimiento

El Dr. Luis Estrada González nació circunstancialmente en Navarro (Avilés) el 22 de junio de 1922. Siendo aún muy niño su familia se trasladó a Oviedo donde transcurrió casi toda su vida personal y profesional. Haber compartido con él muchas horas de trabajo y de amistad justifican este recuerdo en la efeméride de su centenario. Todo lo vertido en este escrito es resultado de vivencias compartidas por una parte y, por otra, de haberle escuchado de forma directa en multitud de ocasiones relatar episodios de su vida personal y profesional.

La primera manifestación personal que merece ser recordada es cómo nació su vocación por la Medicina y sobre todo por la Cirugía durante el cerco de Oviedo en la Guerra Civil. Contaba catorce años de edad cuando se inició el conflicto y refería con cierto orgullo que dedicó muchos esfuerzos a la recogida de heridos en la calle y su traslado al hospital.

Esta vocación nacida en tales circunstancias le llevó a estudiar Medicina una vez acabada la guerra y se matriculó en la Facultad de Valladolid si bien la mayor parte de la carrera la hizo en forma de alumno libre sin dejar de asistir al Hospital Provincial de Oviedo. Es evidente que esto le permitió adquirir una formación práctica muy sólida y bastante superior a la de los alumnos oficiales.

Terminada la licenciatura continuó como médico de guardia en su hospital de siempre donde alcanzó una envidiable formación quirúrgica al lado del que fuera su principal maestro, el inolvidable doctor D. Joaquín García Morán.

Su inquietud por la cirugía avanzada le llevó a ampliar su formación quirúrgica en un terreno que entonces, y aún hoy en día, se considera uno de los más complejos de la Cirugía del Aparato Digestivo: la cirugía del páncreas. Con este propósito se trasladó a Boston donde permaneció una larga temporada al lado de los que son considerados los grandes pioneros en este campo: los profesores Catell y Warren de la afamada Cínica Lahey de esa ciudad.

De regreso a Oviedo volvió a su hospital de siempre pero la rápida expansión de la asistencia sanitaria en la Seguridad Social, a través del extinto Instituto Nacional de Previsión, le lleva a integrarse en el anacrónico sistema de los cupos formado por equipos de Jefe y Ayudante que atendían un “cupo” de pacientes de forma totalmente independiente. Cuando se implanta la más racional organización jerarquizada obtiene en concurso de méritos la plaza de Jefe de Departamento en la Ciudad Sanitaria de la Seguridad Social “Nuestra Señora de Covadonga”.

Es en ese momento cuando se cruzan nuestras vidas profesionales y siempre agradeceré su deferencia al elegirme entre sus colaboradores directos si bien la consolidación del cargo debería pasar por un concurso-oposición. Pero nada de lo que alcanzaría posteriormente hubiera sido posible sin aquel comienzo en el que su generosidad depósito en mí su confianza.

A partir de aquel momento hemos convivido muy estrechamente, y bajo su dirección, en la asistencia quirúrgica hospitalaria, en la docencia pre y postgraduada y en incontables aportaciones a reuniones científicas. Puede decirse, en este sentido, que hemos viajado juntos por toda España y buena parte de Europa y del mundo.

Al lado de estos aspectos puramente profesionales no puede quedar sin mencionarse la gran amistad personal que se fue fraguando y que resumo en que, a pesar de la diferencia de edad (que ya no parece tanta cuando se contempla retrospectivamente), ha llegado a ser muy intensa. Culmino estas palabras sintetizando la huella imborrable que ha dejado en mí su figura humana: ha sido un gran luchador, trabajador infatigable, nada mediatizado por los aspectos económicos, radiante de simpatía, impregnado de asturianía y, sobre todo, ha sido un hombre bueno.

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