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Carlos Fernández Llaneza

Respuesta

Los porqués de la defensa del Naranco

Un amigo, seguidor de estas líneas, me comentó en una ocasión que, a veces, dejaba aflorar excesivamente mis sentimientos en mis textos. Me dio que pensar. Soy bastante celoso de mi intimidad. Quizá sea como los actores que, aun profundamente tímidos, en el escenario se trasforman. Posiblemente el payaso que tanto hice (literal, no peyorativamente) y llevo dentro salta por encima de barreras y filtros autoimpuestos. Pero qué quieren que les diga. Cuando escribo percibo que hablo con usted, que ahora me lee, cara a cara. En diálogo íntimo. Me parece que eso está bien.

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Enlazo lo anterior con lo que les confieso a continuación. Una caminata en una reciente y magnífica tarde de junio. Paro súbitamente. Y contemplo. Inmóvil. Con todos los sentidos en alerta. Admirando. Siento que quisiera hacerme aire para no estorbar. Fundirme entre el acompasado balanceo del verde de los avellanos y acebos que me rodean. Intento no moverme. Evitar el crujido de mis pasos sobre el terreno pedregoso. Los troncos se dejan mecer gustosos. A lo sumo, de cuando en vez, emiten un ligero chirriar, como un liviano y sereno lamento. El verde domina. Apabulla. Grillos y pájaros acompañan al sonido tenue de la hojarasca que la brisa revuelve. Todo lo demás se difumina. Nada es ahora todo. En ese momento te diluyes. Te desintegras para recomponerte, como una pieza más, en el entorno que me circunda. Ese es el momento. En ese instante sientes que ahí, justamente ahí, confluye tu propia historia. Todas tus horas caminadas. Disfrutadas.

Los primeros paseos de la mano de mi padre. Las primeras incursiones infantiles con espíritu aventurero, con ínfulas de aguerrido explorador por este Naranco que disfruto cotidianamente y que “millares de siglos antes de existir Oviedo ya era ovetense”. Sientes que todos esos momentos de vida desembocan en ese preciso instante. Y en ese segundo brota la respuesta más clara, nítida y concluyente que hayas tenido nunca: formo parte de esa realidad. Voy a intentar hilvanar todo lo anterior con otro suceso. Paso por el paseo de Valdeflora –pista finlandesa– casi a diario yendo o viniendo de distintas rutas. Con relativa frecuencia, siempre respetuosamente, me paran caminantes para comentarme alguno de los escritos compartidos en estas páginas; últimamente, principalmente sobre la Ronda Norte; alguno a favor, la mayoría en contra. Con todos intento argumentar lo que sinceramente creo. El pasado viernes una persona con la que no había hablado en mi vida me preguntó que por qué me empeñaba tanto en defender el Naranco y Oviedo. Que si no me sentía un poco “Quijote”. Pues bien, en el relato anterior de esa tarde de junio, anónimo amigo, tiene la respuesta. Y añado: no quisiera que mis nietos, si algún día los tengo, me juzguen por no haber defendido, con aciertos y, seguramente, errores, lo mejor que tenemos en esta ciudad: nuestro patrimonio. Nuestra memoria. Nuestro futuro.

Humildemente, quisiera estar en el lado correcto de la historia.

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