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Gonzalo García-Conde

Mamá Peligro

Quizá yo no debería escribir hoy sobre Marisa Fanjul. Precisamente hoy, cuando su vida se acaba de apagar (por increíble que nos parezca a los que la hemos conocido que toda esa energía se haya transformado en otra cosa). Quizá lo haría mejor otra persona que la viese como lo que era: una mujer inmensa, fundamental para entender Oviedo. Una gran protagonista de la ciudad que conocemos, con capacidad para influir en nuestra vida social y cultural. Porque, para mí, Marisa nunca fue un personaje público de Vetusta. Al contrario. Siempre que he pensado en ella, que me he referido a ella, ha sido desde lo más personal, desde la intimidad. Como se piensan, se hablan y se comentan las cosas que les ocurren a las madres de nuestros mejores amigos, que son a la vez un poco nuestras madres también. Porque eso era ella para mí, por encima de todas las cosas: la madre de Sergio C. Fanjul, la de “Txe Peligro”, Txetxi, Txetxín, Txetxu, Sergio Cuadro, y todos los akas que se quieran añadir. Alguien con licencia para quererme y regañarme.

Ser amigo de Sergio ha sido y es, en sí mismo, toda una aventura. Cuando se tiene la oportunidad de pasar tiempo de calidad con él siempre ocurren cosas interesantes (o cosas sencillas que él hace que parezcan interesantes) porque es una persona inquieta, curiosa, abierta y muy cariñosa. Tiene un gran sentido del humor y una predisposición óptima para recibir las novedades. Es un muchacho al que conocí vestido de colegial y, desde entonces, tengo el privilegio de compartir sus confidencias, de conocer los detalles de sus relaciones sentimentales y laborales, las cosas superficiales y las más íntimas y personales. Incluso le di su primer trabajo, como camarero neo-romántico en un bar de copas, función que desarrolló con mucho más encanto que eficacia. Bueno, ya sé que este no es el artículo de Sergio, sino el de su madre, pero a ella no le importaría que llenase renglones y renglones hablando de su hijo. Es lo mismo que haría ella.

Desde el principio de esta amistad fraternal, la presencia de Marisa fue abrumadora y motivo de muchas bromas. Podía llamar a mi casa de Oviedo a cualquier hora del día o de la noche para preguntarme si sabía dónde estaba su hijo en Madrid. Me contaba en público las novedades más obvias sobre Sergio por el puro orgullo de repetirlas en voz alta delante de sus más variadas amistades, ya que siempre llegaba a todas partes muy bien acompañada. Su chico era para ella como las plumas para un pavo real.

Es verdad que su presencia en la vida cultural de nuestra ciudad era casi omnipresente, que era difícil asistir a cualquier evento sin encontrártela allí. Hay detalles muy trascendentes de la relación de Vetusta con la ópera, con la literatura y con el arte que hubiesen sido muy distintos si ella no hubiese estado involucrada de una manera siempre discreta en todo aquello. Sin embargo, Marisa se puso pocas medallas a sí misma en vida. Quizá no siempre se le devolvió la equivalencia de lo que aportaba. Seguramente su ausencia acabe evidenciando la gran labor que realizó. Porque, pongámoslo como ejemplo, había que ser como Marisa para organizar algo como su legendario Círculo de Curiosos: unas tertulias casi clandestinas, muy privadas, que ella convocaba en su casa invitando a la intelectualidad que le venía en gana y que manejaba a su libre antojo.

Sergio, aparte de todo lo personal, es hoy un escritor enorme, con un universo literario propio. Ha perpetuado la imagen de su madre dentro de su imaginario particular creando un personaje delicioso llamado Mamá Peligro. Un gesto artístico que hace que Marisa alcance hoy la inmortalidad. Pero igual que para mí ella ha sido sobre todo la madre de mi amigo, yo para ella también he sido sobre todo el amigo de su hijo, un amigo de Sergio. Así me presentó siempre ante sus eternos grupos de amigos variados, prescindiendo de cualquier otra etiqueta social. Título que ella me reconocía y que yo le agradezco mucho.

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