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Carlos Fernández Llaneza

Ay, viejo huerto de San Francisco

Los cuidados que necesita el Campo

“Campo de San Francisco, justo orgullo de los ovetenses”. Acertada definición del Campo con la que me siento totalmente identificado. El Campo es uno de esos espacios sustanciales para cualquier ovetense actual, pasado o futuro. Por eso es imprescindible preservar y defender este espacio, me atrevo a afirmar, casi sagrado. Hace unos días protagonizó varias noticias. Unas para alegrarnos: reparación del pavimento, bordillos, elementos metálicos, recuperación de fuentes y la tan ansiada restauración del quiosco del Bombé. Enhorabuena a los responsables. Otras son más preocupantes. Por un lado, la sentencia que rechaza la obligación para el Ayuntamiento del derribo del edificio conocido como “Pavo Real” que reclaman, asistidos por el más elemental sentido común, “Los Franciscanos”. Mi primer escrito en LA NUEVA ESPAÑA fue un ya lejano 30 de noviembre de 1992 en cartas al director. En aquellas líneas lamentaba lo inoportuno de esta construcción preguntándome sobre la legalidad de la misma y señalando que “el Campo es un tesoro heredado que debemos legar”. Treinta años después sigo pensando lo mismo. Ese edificio, además de innecesario y superfluo, atenta contra la magnífica obra de Juan Miguel de la Guardia impidiendo contemplar el templete como lo concibió el arquitecto al que Oviedo tanto debe. Otra noticia preocupante es la demora de la restauración del mosaico del Paseo de los Álamos, a la espera, según parece, de la pretendida ampliación del estacionamiento de la Escandalera. Y digo bien: preocupante. La reparación del mosaico es tan necesaria como urgente. Desde el recuerdo de las masivas y exitosas manifestaciones en el verano de 2010 en contra de la pretensión de construir un aparcamiento, me pregunto, ¿procede la ampliación del estacionamiento bajo el Campo con el consiguiente riesgo de afectación al arbolado y al mosaico? Más bien lo que urge es la restauración de la obra de Antonio Suárez, composición que se ha convertido, por derecho propio, en uno de los símbolos de la ciudad. Ignacio Álvarez Castelao consideraba al mosaico de Suárez como “uno de los mayores tesoros de Asturias”. Para Ana Gago, doctora en Historia del Arte y experta en la obra de Suárez, el mosaico de los Álamos “es la mejor obra de arte urbano moderna de Oviedo”; por cierto, en una conferencia en el RIDEA en 2014 ya advertía de que “no podemos tolerar más salvajadas en el pavimento de los Álamos”. Como dice la canción, “la vida sigue igual”. En 1996, en un artículo publicado en estas páginas, la entonces profesora de Historia del Arte Contemporáneo de la Universidad de Oviedo, Covadonga Álvarez Quintana, decía sobre el mosaico que “su valor testimonial se incrementa por efecto de su condición de obra aislada y de excepción en el contexto asturiano”. Gran acierto al confiar en Antonio Suárez. El artista realizó los bocetos sobre papel de estraza durante dos días y dos noches en el suelo del salón de su casa, entregando seis cartones de 4x9,5 metros, que debían repetirse doce veces cada uno hasta cubrir los setenta y dos rectángulos diseñados por el arquitecto municipal Florencio Muñiz Uribe. En noviembre de 1966 se pudo admirar el trabajo concluido. Es obligado reconocer no solo el valor artístico de esta obra, sino su fuerte carácter representativo, máxime si se tiene responsabilidad de gobierno; por tanto, urge su recuperación para que las generaciones futuras de ovetenses sigan pudiendo pasear sobre una auténtica obra de arte, unánimemente elogiada, que para siempre forma parte del valor totémico que posee nuestra fronda franciscana; la misma de la que dice la vieja copla: "Ay, viejo huerto de San Francisco/ el de los árboles altos/ donde se cumplen los gustos/ y al hospital van los llantos”

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