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José Ramón Castañón, Pochi

Nuevas tiranías intolerantes

Leía la semana pasada las páginas de este diario y me topé con un rostro olvidado y una frasecita: "la marea morada". Recuerdo el atragantón mental que me perturbó la mañana: la ínclita nos hablaba de la "transición de la decadencia hacia la revolución", empecé a vomitar, esperaba que aquello pasara, pero tuve que llamar un taxi para correr a urgencias cuando enarboló la bandera del "código ético" apoyada en la contestación ciudadana del "no" a todo lo que se menea en esta ciudad, en su irreal llamada a una candidatura que sume malestares y sensibilidades. Hablaba de un supuesto debate ciudadano frente a las mentiras, insultos y desmanes de nuestro regidor municipal. Paré el taxi abruptamente, le grite al pobre taxista: ¡yo quiero participar en ese debate!, ¿dónde, cómo, cuándo, con quién, en qué términos, con qué realidad…? El taxista no daba crédito, mientras escuchaba las sornas del Herrera en la radio, y me soltaba con el aplomo opinador que solo ellos saben usar: dicen que van a cambiar la marca para acabar con sus divisiones internas, corruptelas peseteras, puñaladas y patrañas entre facciones; ¿qué marca de detergente nuevo usarán para restituir una ética imposible, o la verdad inexistente de su intolerancia neotiránica?

Recuerdo mis años de utopía, cuando memorizaba palabras de grandes hombres. Me viene a la memoria aquello de que cuando abandonamos los hechos abandonamos la libertad, y si nada es verdad todo es espectáculo, relumbrones cegadores que nos acaban sometiendo a la tiranía porque nos obligan a renunciar a la diferencia entre lo que se dice y lo que de verdad ocurre. Mi madre siempre decía que renunciar a la realidad puede ser muy agradable de momento, pero acaba con el individuo y borra la posibilidad de cualquier política real, eficaz y de talla ciudadana.

Estos neo-tiranos cumplen a rajatabla con los principios prácticos del catecismo totalitario y sus recetas para dar muerte a la verdad: negar la realidad y sustituirla por ficciones y mentiras como si fueran hechos (algo a lo que estamos acostumbrados de manera general, pues me decía el estoico taxista: ¿sabe usted que un estudio reciente dice que nuestro presidente, como tantos políticos, miente una media de 27 veces por día?), y a la postre la verdad aparece como un descuido o accidente en el camino; una segunda receta contra la verdad, el "embrujo chamánico" (creo que hay un presidente que tilda de mentira los hechos y llama a los periodistas "enemigos del pueblo", me recordaba el absorto taxista), repetir hasta la saciedad para convertirlo en plausible lo ficticio y lo perturbado, como nos pasa en Oviedo con "el no-requete-no" a cualquier proyecto de cambio y renovación , de mejora y de progreso; la tercera receta, más escandalosa, imponer un pensamiento falaz que acepta la mentira y abandona la razón; y por último, implantar un sistema cognoscitivo de fe ciega y mal dirigida, eso del "yo puedo solucionar", "yo soy la única voz", una fe que baja del cielo a la tierra, y ya no deja sitio para la verdad ni la evidencia, todo es falsa profecía, lo fáctico y lo evidente son irrelevantes.

Y después de una mañana en urgencias la cosa se solucionó con un buen chute de laxante y una buena dosis de motilium de la verdad para deshacerme de bilis, ponzoñas y de insultos que olían a un pestilente nihilismo moral.

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