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Antonio Rico

Un San Mateo del que es imposible enamorarse

Sobre el nuevo modelo de las fiestas ovetenses y las diferencias con la oferta tradicional

I. Acabamos de vivir un San Mateo del que es imposible enamorarse. No conozco a ningún ovetense que no tenga buenos recuerdos de San Mateo. Termina el verano. Cruzas el parque llevando una castaña a patadas desde el Bombé hasta los Álamos y pensabas "bueno, queda San Mateo". Ahora ya no piensas nada. Diez años de fiestas como éstas y tendremos una generación a la que no le brillarán los ojos ante las palabras "San Mateo", que no empezarán a contar anécdotas, que no asociarán el nombre del santo con otros diez nombres más de lugares, conciertos, chiringuitos. Ha perdido todas sus señas de identidad. Se ha convertido en una masa uniforme e irrelevante. San Matedio. Nuestro amor por San Mateo es uno de los enamoramientos más duraderos de nuestra vida, pero ahora sentimos que algo se ha enfriado entre nosotros. Tenemos que hablar.

II. Cualquier parecido entre lo ocurrido durante los últimos días en nuestra ciudad y las fiestas de San Mateo es pura coincidencia. Unas celebraciones frías, impersonales, en donde daba exactamente igual estar tomando algo en esta caseta que en esa otra, tal era la gris uniformidad de la oferta. La misma música en todas, elegida con la indiferencia con la que se elige el color de los toldos. Seis plazas en el Oviedo antiguo vacías. Ni una pequeña actuación que encontrarse y disfrutar unos minutos. ¿Para qué nadie va a dar una vuelta por el Paraguas, por el Ayuntamiento, por la Corrada, si sabe que no va a haber nada, si sabe que no se va a encontrar con nadie? Teníamos unas fiestas vivas, con alma, variadas y arraigadas en la ciudad. Ahora tenemos diez días en donde la hostelería habitual amplía sus terrazas.

III. Poca gente lo sabe, pero Slash, el guitarrista de "Guns N’ Roses", se acercó este año a San Mateo. Se cumplían 30 años de su actuación en el Pinón Folixa, y le quedó tan buen recuerdo de aquella noche que no se lo pensó. Pilló un vuelo desde California y se presentó a medianoche con su mejor guitarra en la esquina entre Porlier y Riego con la ilusión de tocar "Johnny B. Goode" con alguna banda local. Le costó reconocer el lugar: unas casetas de barracón, ¿era una feria de calzado, el Día Internacional de la Diabetes?; se acercó a la plaza de la Catedral buscando el escenario, ¿qué escenario?; al llegar al Bombé entendió que ni uno solo de los cien metros de terraza tenía un hueco para un guitarrista. Volvió al hotel. Se quedó dormido preguntándose si aquellas fiestas de Oviedo fueron reales o soñadas.

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