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Carlos Fernández Llaneza

Un bar con solera

La Belmontina, un establecimiento histórico en la ciudad

Piensen en el nombre de un bar que les resulte significativo. ¿Ya...? Seguro que no les hizo falta más de un segundo para evocar el nombre de un establecimiento que haya formado parte de sus vidas. Por no escurrir el bulto les diré alguno. La Herradura en Vallobín. Vasos de agua para mitigar la sed en medio de las diarias correrías. De casera de naranja o sifón cuando había alguna peseta en el bolsillo. Primeras partidas a la máquina del pinball. Primera televisión en color en el barrio donde los sábados veíamos los dibujos animados gracias a la infinita paciencia del bueno de Luciano... El Abuelo. Iniciación a la cerveza. ¡Y qué pinchos de tortilla! El Marvi, también en el barrio. Horas y horas de tertulia y reuniones para cambiar el mundo con un vino y, si alguien se estiraba, unas patatas bravas. Ninguno existe. El tiempo, ya se sabe, va cobrando su factura. Pero hay bares que aguantan y han visto pasar ante su barra a multitud de ovetenses. Es el caso de La Belmontina. Uno de los más antiguos de Oviedo, sino el que más. Nació en los años veinte como bar y pensión en la plaza de la Catedral de la mano de Plácido Hevia y Pilar Menéndez, apodada La Belmontina por ser originaria de Belmonte de Miranda. Tras los daños sufridos en la Guerra Civil, se instala en el rincón de la calle del Águila, donde se ubica actualmente, en un lugar que antes había sido la sacristía de la vecina iglesia de San Juan. Hace cuarenta y nueve años tomaron las riendas del negocio los tinetenses Paz Muñiz, Pacita, y Manolo, quien, ya jubilado, y como me cuenta su hija Belén, no falta a su diaria partida de chinchón. Tuve la suerte de compartir un café con Belén y sentir su cariño y pasión por un negocio que regenta desde hace trece años aunque ya desde niña colaboraba con sus padres. Hablar con Belén es sentir que estamos ante algo más que un bar. Ante algo más que un negocio. Entre esas paredes está su vida. Creo no equivocarme si digo que su mayor orgullo es constatar cada día que sus clientes se sienten como en casa. Una clientela fiel que, a su vez, atraen nuevos clientes al contagiar sus propias sensaciones. A ver quién se resiste a la calidad que ofrece en platos tan exitosos como la carne guisada, los callos, los rollos de bonito o los huevos fritos con chorizo. No en vano, como ella mismo reconoce, "La Belmontina es La Belmontina por nuestros clientes. Son nuestros amigos".

Tantos años de historia hostelera en Oviedo dan para multitud de anécdotas y sucesos. Uno de los más renombrados fue el conocido como "crimen de La Belmontina". Sucedió en 1956. Unos clientes jugaban su partida de cartas. En medio de la partida surge una fuerte discusión. Uno de los jugadores, limpiabotas de profesión, sale del local corriendo. Su rival lo persigue y le da alcance en una calle próxima. De un navajazo lo mata. Un episodio que pasó a los anales de la crónica negra local.

En una de sus mesas se reunían habitualmente una de esas tertulias tan frecuentes en años pasados; hubiera dado algo por asistir como discreto oyente y escuchar a Macrino Suárez, Plácido Menéndez Arango, Lorenzo Cordero y José Manuel Nebot.

Pero lo importante es que hoy sus clientes siguen disfrutando de un bar que conserva parte de ese espíritu pasado pero que sigue formando parte de la rica tradición hostelera ovetense. Y por muchos años.

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