Paraíso capital

Ser o no ser

Las motivaciones de la Temporada de Ópera de Oviedo y el reciente éxito de "Hamlet"

Gonzalo García-Conde

Gonzalo García-Conde

Ser o no ser, el eterno dilema de Hamlet. Qué debe ser una Temporada de Ópera para una ciudad: ¿una sucesión de grandes títulos, éxitos incontestables, fiarlo todo a coleccionar voces, a funciones en las que afinar el oído por comparación? ¿o una ensalada de emociones, asumir riesgos, combinar favoritas con nuevas propuestas, crear público, fomentar debates apasionados, ver crecer a los cantantes desde sus comienzos y seguir aprendiendo aunque se cometan errores? En Vetusta alcanzamos este año una septuagésima quinta temporada batiendo el cobre a la vanguardia del género. Después de estrenar "La dama del alba", de revisar "Norma", de que el apasionado debate sobre "Don Giovanni" hiciese subir la temperatura hasta el punto de retrasar el invierno unas cuantas semanas más, nos estaba haciendo mucha falta algo para templar los ánimos. Música para amansar a las fieras. Un golpe de efecto sutil pero lo suficientemente preciso como para que todo el conjunto cobrase sentido.

Inesperadamente, ese golpe lo ha dado el "Hamlet" de Charles Louis Ambroise Thomas. Una ópera muy francesa, altamente popular cuando se estrenó a finales del XIX pero que después dejó pasar el siglo XX como si el asunto no fuese con ella. Yo, personalmente, no esperaba gran cosa de su debut en Oviedo. No la conocía y mis intentos por escucharla en las últimas semanas, para familiarizarme con su sonido, se contaron por fracasos.

Sin embargo, estamos tan acostumbrados a los pequeños milagros, a la magia del Campoamor, que a veces no la tenemos en cuenta. Tal vez este "Hamlet" de Ambroise Thomas no sea para escuchar por primera vez en Youtube o en Spotify, ni en un CD o DVD prestado. Pero sentado en el teatro, con ese vestuario maravilloso de Gabriela Salaverri; con esa escena sencillísima que compusieron entre Susana Gómez y Ricardo Sánchez Cuerda (una tela, las entrecajas del Campoamor a la vista, los anclajes, los extintores, el cartel de prohibido fumar); con esos juegos de luces y sombras creados por Félix Garma y Rubén Rayán; con una dirección musical a cargo de Audrey Saint-Gil, que parecía una delicada bailarina en medio del foso pero que gobernaba a los cantantes, al coro, espléndido, y a la OSPA llevándolos hasta la excelencia con la firmeza de una Dama de Hierro. Todo junto, en una coctelera, con galones para David Menéndez, que aceptó el reto con gallardía y acertó; acompañado por grandes amigos de la casa como Simón Orfila, Alejandro del Cerro y una de las grandes joyas de la cantera, Sara Blanch, que ha crecido en los viernes de la Ópera de Oviedo hasta convertirse en la soprano superlativa que es hoy, de la que podremos presumir durante décadas. Todo junto deja como resultado una función inolvidable, emocionante, sofisticada, elegante, amable, de las que te reconcilian con la belleza y con el arte.

Yo, que siempre defiendo la ópera como un espectáculo global, he caído esta vez en el pecado de prejuzgar esta joya después de sólo escucharla sin la debida atención, sin tener en cuenta el resto de ingredientes. Prueba inequívoca de mi torpeza ha sido que me ha pillado por sorpresa esa cautivadora escena de la locura de Ophélie que, con la ayuda de cierto juego escénico muy efectista, interpretó la Blanch llevando al público a una sensación de entusiasmo rara vez vista en Oviedo. Empezando por mí mismo, no me cuesta reconocerlo. Creo, y así lo dejo aquí por escrito, que lo recordaré toda mi vida. Una sorpresa mayúscula.

Así que voy a responder a mi pregunta: Sí, así debe ser una Temporada de Ópera. Debe asumir riesgos, cometer errores y tener también aciertos sensacionales. Como este Hamlet, de Ambroise Thomas, que se cantó en Oviedo, diciembre de 2022, dejándonos boquiabiertos.

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