Paraíso capital

El año de las luces

El fenómeno de la iluminación navideña en las ciudades

Gonzalo García-Conde

Gonzalo García-Conde

Todos sabemos quién es Abel Caballero, aunque es muy posible que la inmensa mayoría no le reconozcan por su nombre y apellidos. Casi todo el mundo, cuando habla sobre él, lo hace usando su cargo público como principal referencia. Es el tantas veces mentado, tan celebrado como abominado, controvertido y populista alcalde de Vigo. El político más comercial de esta época del año. El de las luces de Navidad, ya saben.

Lo cierto es que, a pesar de esta reciente notoriedad, que ha alcanzado saliendo en el tramo más amable de los telediarios con su desproporcionado encendido navideño, convirtiendo a su ciudad en protagonista de las fotos y vídeos de tantos perfiles de redes sociales y vídeos virales, Caballero es un profesional de la política de larguísima trayectoria: diputado en Cortes durante más de diez años, ministro de Transportes, Comunicaciones y Turismo en uno de los gobiernos de Felipe González, presidente de la Federación de Municipios y Provincias y novelista vocacional. No es uno de esos personajes que pasan desapercibidos.

La jugada maestra que le ha hecho famoso es de una sencillez abrumadora. A casi todo el mundo le gusta la Navidad. Es una celebración global, casi se podría decir planetaria. Son unas fiestas de marcado carácter familiar donde los conceptos de reunión y regreso al hogar tienen mucha relevancia. Tienen una decoración asociada donde las luces cobran un protagonismo extraordinario. A él se le ocurrió que era una idea buenísima para llamar la atención ser el que más luces pusiese de todas las poblaciones de las que se tenga conocimiento. La luz nunca pasa desapercibida. La calidad es relativa, la cantidad no. Y tuvo razón. Once millones de bombillas led le han convertido en el alcalde más famoso de España. ¿Inversión, fuegos de artificio o megalomanía pura y dura? ¿Un poco de las tres en porcentajes variables? Visto desde el sofá de mi casa todo este asunto me hace mucha gracia.

Ocurre que Abel Caballero, en su frenesí, orquestó una campaña publicitaria en la que situaba carteles anunciando su apuesta navideña en 17 ciudades de España. Entre otras, Oviedo, nuestro paraíso capital. Lo que no tuvo en cuenta es la provocación que eso supondría para un alcalde como el nuestro. Ver una marquesina de autobús, en plena calle Uría, anunciando luces de Navidad en otra ciudad. Porque nuestro querido alcalde, tal vez no haya sido diputado en Cortes ni ministro de la joven democracia, pero ¡mecagüen el cemento armao!, sí es capaz de competir en número de bombillas con cualquiera que se le ponga por delante. Incluso ha importado el show de encendido oficial en plena calle con escenario. Y le ha encantado la experiencia: el encendido ha venido para quedarse, ha dicho en prensa.

Total, que llevamos un par de años de escalada luminotécnica navideña descontrolada. El centro de la ciudad, de noche, parece Andalucía un día de verano al mediodía. No puedo evitar pensar en la dramática crisis energética que estamos viviendo, lo que me cuesta pagar mis propias facturas y el movidón de lamparinas que tenemos montado. Por supuesto, siempre habrá una manera política de justificar esta inversión, pero como humilde ciudadano las cosas no siempre se ven tan claras, por mucha luz que pongan.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que después de la Navidad llega la cuesta de enero. Que todas estas bombillinas nos dan hoy mucha alegría, pero tarde o temprano se acabarán apagando. ¿No nos crearán un síndrome de abstinencia? Mientras tanto, recuerdo aquellas Navidades de mi época colegial, cuando el alcalde de Vigo era ministro y en la plaza de América aún no habían instalado la gabinona. Había allí un pino gigantesco que había crecido torcido, con caída hacia la General Zubillaga. Era aquel el que decoraban por Navidad. Un mal día lo cortaron para dejar su sitio a la fuente. Posteriormente, lo quemaron en la hoguera de San Juan. Lo recuerdo con nostalgia. Eran otros tiempos. Me gustaba aquel pino, coime.

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