Con vistas al Naranco

Evaporado tecleo de máquinas de escribir

Antonio Masip

Antonio Masip

Carl Berstein, del tándem Watergate, al volver a la redacción del «Post» para uno de los aniversarios de la sensacional investigación periodística, hizo pública su sorpresa, o contraste, el ruido evaporado al sustituirse las convencionales máquinas por silentes ordenadores. En una de las grandes películas sobre Churchill, «El instante más oscuro», el premier británico protesta airadamente a su nueva secretaria porque el sonido de teclas le impide escuchar sus pensamientos. En otra gran película, traducida al español como «Los archivos del pentágono», Ben Bradlee (Tom Hanks) exige a dos redactores que tecleen con más contundencia, léase ruido. La transición entre viejas máquinas y computadoras se hizo con aparatos eléctricos en apariencia vanguardistas, pero viejunos teclados y cintas de tinta. Una de aquellas máquinas, probablemente la primera en Oviedo, fue del prolífico escritor Martín Vigil que motivó gacetilla de Diego Carcedo, entonces periodista de LA NUEVA ESPAÑA, cuestionando que el sacerdote poseyera artilugios exclusivos. Ese leve tránsito duró tan poco que ni siquiera estaba recogido por el mejor coleccionista que conocí, en Boal, con centro en la memorable iniciativa de Frank Underwood, el gran renovador escritural.

Otro cantar pasado a la Historia las linotipias de imprentas y periódicos. Precisamente «Los archivos del pentágono» de Spielberg es vestigio originario de la letra estampada. En Estrasburgo pasé todos los meses, durante diez años, ante una estatua de Gutenberg, inventor de la imprenta moderna de tipos móviles. El primer libro editado aquí, ¡ni siquiera incunable!, fue las Sinodales / 1526 que tenía la Biblioteca del inolvidable Pérez de Castro en Figueras. Las Constituciones Sinodales de 1608 se reprodujeron por LibrOviedo a sugerencia de C. F. L..

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