Paraíso capital

Lo nunca visto que trajo Salesas

Un evocador paseo por el Naranco

Gonzalo García-Conde

Gonzalo García-Conde

Hace relativamente poco, una tarde de domingo de esas de entretiempo, salí de casa con el ánimo de retarme con las cuestas del Naranco y sumar así kilómetros a mis zapatos. En compañía de mi esposa subí hasta el repetidor de RTVE, bromeamos juntos sobre los efluvios que emanaban de la parrilla Buenos Aires, bajamos fijándonos en varias casas que nos gustaban (no tanto por lujosas, sino porque nos invitaban a soñar con vidas más emocionantes) y fue cuando, en la serpenteante avenida de los Monumentos, pasamos frente al Monasterio de la Visitación de Santa María, actual hogar de las monjas Salesas. Estas religiosas tienen allí un cartel anunciando la venta de pastas artesanas que siempre nos había tentado. Esa vez, al fin, nos dejamos sugestionar y nos compramos una caja. «Delicias del Naranco», se llaman. Sólo se vive una vez, no todo va a ser deporte.

Consumado el pecado de gula, me quedé dándole vueltas al hecho objetivo de que un ovetense de mi edad no asocia las Salesas con una orden religiosa ni con una llambionada de repostería artesana. Para nosotros, aunque pueda parecer una aberración generacional, Salesas es el gran centro comercial de nuestra infancia. El primero, el pionero. Que lleve ese nombre es circunstancial, porque se construyó en el solar donde se hallaba el monasterio original, pero yo no guardo ni el recuerdo de aquel edificio. Incluso tengo que reconocer una absoluta falta de curiosidad durante la mayor parte de mi vida acerca de por qué le habían puesto tal nombre a ese gran bazar americano que tanto llamó nuestra atención en los ochenta.

La inauguración del Centro Comercial Salesas, la primera gran superficie urbana de España, significó, (junto al Burguer City 2 y las primeras pizzerías) un paso de nuestra ciudad hacia una colorida modernidad dejando atrás los años de vida en blanco y negro del régimen franquista. Salesas era donde quería ir cualquier niño de aquella época. Había cosas que no habíamos visto fuera de las pantallas de un cine. He aquí el top cinco de mis favoritas:

1.- Aquel patio central con escaleras mecánicas digno de un musical tipo «Grease», donde parecía que las amas de casa y los pijitos con jersey de Privata iban a compartir coreografía.

2.- Una panadería francesa con aroma de mantequilla, croissants rellenos de jamón y queso, tostadas con bechamel gratinadas, mini tartas «tatin» y esas barras de pan aflautadas, tan distintas al rústico pan de horno de leña y que se ya se quedarían para siempre, las baguettes.

3.- ¡Un hipermercado! que, además, se llamaba Mamut y tenía como imagen la silueta de uno de esos paquidermos prehistóricos. ¿Qué niño podría resistirse a eso?

4.- Una sala multicines mini. De eso ya teníamos antes, pero no tenían ese aspecto tan Steven Spielberg. Eran más baratos, suponían la última parada de los estrenos y prestaban especial atención a la obra cinematográfica de mis héroes: Terence Hill y Bud Spencer.

5.- Por encima de todo hubo otra aportación gastronómica jamás vista antes, los gofres. No puedo explicar con palabras el impacto que aquello tuvo en mi vida y en mi paladar. El recuerdo es tan extraordinario que hace al menos veinte años que no me como ninguno. No quiero empañar la memoria. Mi favorito era el de mermelada de fresa.

Sigo pasando mucho por Salesas aunque ya no hay gofres, ni cines, ni bechamel gratinada, ni mamuts, ni muchísimo menos monjas reposteras, y ya no dan ganas de ponerse a bailar. Pero dicen que es la superficie comercial más frecuentada de España en relación a su población estimada con trece millones de visitantes al año, dato extraordinario. Aunque, ya me conocéis, es aún más frecuente que vuelva, como hoy, usando los toboganes de la nostalgia.

Suscríbete para seguir leyendo