Crítica / Música

Ilusión con violín y batuta

La OSPA cosecha un resultado notable, con Nuno Coelho a la batuta y el violinista Roman Simonic de invitado, en su cuarto concierto de la temporada de abono

Jonathan Mallada Álvarez

Jonathan Mallada Álvarez

La cuarta cita de la temporada de abono de la Sinfónica del Principado devolvía a la "tierrina" a un viejo conocido del público asturiano. Colaborador artístico de la OSPA, Roman Simovic evidenció el pasado viernes la química que mantiene con la orquesta mediante la interpretación del "Concierto para violín" de Miklós Rózsa. A lo largo de los tres movimientos en que se estructura esta obra, no demasiado programada, el solista ucraniano volvió a exhibir todo su talento y enamorar al Auditorio ovetense gracias a la sonoridad de su Antonio Stradivari, especialmente brillante en el registro más agudo. A ello se unió una Sinfónica concentrada y pendiente siempre de ceñirse a la batuta de su titular, Nuno Coelho, para arropar de forma solvente a Simovic.

Pero sería la ágil y veloz mano izquierda del ucraniano y su manejo del arco, con el que lograba una excepcional sensación de dulzura, los que se llevarían los mayores reconocimientos de la noche, obligando a Simovic a regresar al centro del escenario para ejecutar dos propinas, la "sonata para violín solo, op. 27" (números 2 y 6). Dos ejecuciones que deslumbraron como un compendio de virtuosismo, musicalidad y elegancia.

La segunda parte puso en liza dos de los poemas sinfónicos más conocidos de R. Strauss: "Don Juan" y "Las divertidas travesuras de Till Eulenspiegel". Basado en el mito donjuanesco inicialmente atribuido a Tirso de Molina, la OSPA dio un paso al frente en la primera de ellas, mostrando su músculo sinfónico con una cuerda muy homogénea (destacando las intervenciones del concertino Aitor Hevia) y unos metales poderosos y limpios en la emisión. Misma línea en la segunda de las obras, un poema sinfónico complejo, con múltiples temas, donde Nuno Coelho se mostró con un gran dominador de la masa sonora. Al vencedor del Premio Internacional de Dirección de Cadaqués (2017) no le tembló el pulso y supo balancear acertadamente a la formación asturiana para representar toda la mordacidad e ironía que acumula la obra de Strauss y para ilusionar a los abonados con un concierto de gran altura.

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