Crítica / Música

Vermú de cámara

CIMCO ofrece, en sesión "matiné", uno de los conciertos más especiales de la temporada

Gonzalo García-Conde

Gonzalo García-Conde

Antiguamente, cuando había una proyección cinematográfica o cualquier tipo de función teatral o musical en horario de media mañana, estas eran anunciadas con el nombre de "matiné". De un tiempo a esta parte esa expresión ha ido perdiendo vigencia en beneficio de otra de otra de apariencia mucho más festiva y participativa: las ya famosas sesiones vermú.

El Ciclo de Música Interdisciplinar de Cámara de Oviedo (CIMCO) se ha unido a esa moda este pasado sábado para celebrar uno de sus conciertos más especiales: la fusión de solistas de la Filarmónica de Viena con solistas de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León formando un septeto All Star. A su vez, el programa presentaba dos platos principales: La siempre emocionante y singular oportunidad de asistir al estreno absoluto de una pieza, el "Luminalis", de Manuel M. Burgos; y el famosísimo Septimino en Mi Bemol mayor Op. 20 de Ludwig van Beethoven. Siguiendo la costumbre de maridar disciplinas artísticas, que es marca característica del ciclo, los espectadores tuvimos la oportunidad de disfrutar del diálogo entre la obra de Burgos y una pintura de la artista y galerista Mónica Dixon.

Tal y como nos explicó Manuel Burgos justo antes de que su pieza viese la luz en público por primera vez, "Luminalis" es una composición que se busca a sí misma desde el principio. Parece que va a ser una nebulosa musical, un algo indefinido. Después encuentra una puerta de escape que provoca una riada, toboganes de notas musicales en cascada. Finalmente el espectador encuentra un hilo, una melodía a la que hay que perseguir en una carrera juguetona entre los distintos instrumentos del ensamble. Como si los solistas se la fuesen pasando unos a otros en un tiki taka musical, o como si ella misma fuese brincando de las manos de unos a las de otros como una niña traviesa. Un juego audaz que Burgos resolvió con brillantez. No puedo decirlo de otra manera, me gustó muchísimo su "Luminalis". Me alegré, incluso, de no ser un experto en música contemporánea porque, a veces, tener demasiadas referencias empaña la experiencia de un espectáculo en vivo.

Mientras tanto, la obra de Dixon, que estuvo en todo momento presente sobre el escenario, era a su vez proyectada en movimiento por encima de los miembros del septeto. Dixon planteó un lienzo muy limpio, de geometrías, vanos, oscuridades y luz buscando la profundidad y provocando a la imaginación. Esa melodía que se escondía de Manuel Burgos se intuye en la pintura de Dixon, que plantea, en comunión con la partitura, una atmósfera misteriosa, un más allá donde no sabes lo que vas a encontrar pero que es inevitable explorar. Ninguno de los dos quiso mostrar las respuestas siendo esa una tarea privativa de cada espectador.

A la hora de recibir los aplausos, en el rostro de ambos se notaba el orgullo de haber compartido esta experiencia, de haber creado algo tan bello en conjunto y, además, de verlo estrenado por músicos tan principales situados en la élite de la música clásica.

Por su parte, el Septimino de Beethoven no precisa de presentaciones. Es una obra cumbre del genio alemán. Una pieza optimista, juvenil, campestre. En su época fue el equivalente a la radio fórmula. Número 1 de los 40 Principales. Es un clasicazo de la música de cámara, cualquier ciclo especializado debe programarlo para alcanzar la mayoría de edad. CIMCO no podía ser una excepción y con los Solistas de la Filarmónica de Viena y de la OSCYL logró poner en pie al público que llenaba la Sala de Cámara del Auditorio un sábado por la mañana.

El Ciclo Interdisciplinar de Música de Cámara de Oviedo nació con la voluntad de aumentar la ya extraordinaria oferta musical de nuestra ciudad y, a su vez, lograr atraer a nuevos públicos a la música clásica. Ver a los espectadores aplaudiendo con naturalidad entre movimientos del Septimino o acompañando con palmas, como si del concierto de Año nuevo se tratase, el bis que ofrecieron los músicos (que no fue otro que la repetición del Minueto, banda sonora que fue de la mítica serie de dibujos animados "Érase una vez el Hombre") nos da buena muestra de que lo están logrando.

La mañana terminó con un vermú sidrero servido muy elegantemente en el mismo Auditorio donde músicos, compositor y artista plástica ofrecieron a su público la oportunidad de compartir con ellos sus impresiones sobre la experiencia. No, CIMCO no es sólo una programación más de música clásica. Brindemos por eso.

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