El Niño de Elche, SACO lisérgico

El estreno de la nueva edición del ciclo y el empeño de los organizadores en asumir más riesgo

Gonzalo García-Conde

Gonzalo García-Conde

Pablo de María, director de la Semana del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo (SACO), decía el año pasado en una entrevista a este periódico que las ambiciones del festival pasaban por trascender las fronteras de Asturias. Deseo legítimo de una programación que, este año 2023, alcanza su novena edición con una salud de hierro, en constante crecimiento y señalando claramente hacia la vanguardia. A primer golpe de vista, un programa que suma nombres y conceptos como el Niño de Elche, Jota de "Los Planetas", un diálogo artístico con el Museo de Bellas Artes, Realidad virtual, surrealismo, Zulueta y la Agrupación Señor Serrano no es el clásico festivalito de pequeña capital de provincias costumbrista y conservadora. Se percibe un campo visual muy abierto, se intuye el riesgo.

Con tan buenas perspectivas, el otro día le propuse a mi esposa acompañarme a la inauguración del Festival en el Campoamor preguntándole si quiere venir a una movida con el Niño de Elche. Me pregunta que de qué va y le contesté que se trataba de un cine-concierto de una especie de renovador del flamenco al que temen los propios flamencos. Que hace cosas con música electrónica, tira mucho por lo experimental… Y le puse un par de videos: Las Bamberas del Enamorado y unos fandanguitos. No mencioné a C Tangana ni a Rosalía. Me dijo que sí y allá que nos fuimos.

Mientras el público accedía a sus asientos en el Campoamor el Niño de Elche ya estaba sobre el escenario, de espaldas al patio de butacas, trajinando algún efecto sonoro con un plumero y algún otro objeto. También estaba el compositor y conductor del programa radiofónico Ars Sonora Miguel Álvarez-Fernández, que permaneció con gesto impávido frente a una mesa con un plato giradiscos y un ordenador mientras los espectadores llenaban la sala.

Poco a poco nos dimos cuenta de que, aunque la proyección no había comenzado, aquello ya estaba en marcha. El de Elche iba subiendo la intensidad de lo que parecía un ritual o un sortilegio. Ya no eran solo chasquidos del equipo de sonido, él mismo hacía ruido y recitaba algunos mantras incomprensibles. "Me gustan todo tipo de films" fue el más repetido antes de que comenzase la proyección de "La concha y el reverendo" de Germaine Dulac y se desatase la tormenta performática sobre el escenario.

A partir de ese momento, y por mucho que les cuenten, lo que pasó en el Campoamor sólo lo sabremos los que asistimos al espectáculo. Álvarez-Fernandez creó una base sonora que nunca llegó a ser cómoda y el Niño de Elche entró en una espiral lisérgica de efectos sonoros y comportamientos absurdos imposibles de describir y mucho menos de resumir, pero que fueron su propuesta artística como banda sonora de "La concha y el reverendo". La película de Dulac es, ya de por sí, altamente inquietante. Habla de la capacidad de Dios para crear la vida y la muerte, pero también de la envidia que le producen los placeres a los que tienen acceso sus propias criaturas y no él, ya que no tiene semejantes. Pero al mismo tiempo es una cinta de una belleza visual absorbente. El de Elche no sólo creó el sonido usando elementos escénicos y sus propias competencias corporales. Además acabó entrando en la pantalla y en la historia y formando parte de ella.

Cuando comenzó "Un perro andaluz" de Buñuel a todos nos dio la impresión de que la cosa se iba a poner más musical. Apareció una guitarra eléctrica debajo de una mesa y el flamenco apuntó lo que parecía una saeta cantada con mucha hondura. Cuando el Niño de Elche canta, aunque lo haga de una manera provocadora y marginal, lo hace como el superdotado artístico y conceptual que es. Tenía muchas ganas de escuchar eso. Pero tampoco esta vez cantó, o al menos no lo hizo de una manera convencional. "Un perro andaluz" tuvo su banda sonora, y de nuevo el Niño se acabó convirtiendo en parte de la película de una manera visual, sonora y sexual perversa. La propuesta ha levantado una fuerte polémica entre los asistentes. Ha provocado opiniones para todos los gustos. Ha generado un debate en absoluto tibio.

Pero, si nos vamos a la esencia del surrealismo, que es el lenguaje común de ambas películas, lo que vimos y escuchamos es una genialidad absoluta, una idea muy meditada, muy trabajada y con mucho pensamiento. Cuando Álvarez-Fernandez cerró la tapa de su PC, se apagaron las luces y Francisco Contreras, el Niño de Elche, salió a recibir sus aplausos, pensé: ¿Será una especie de deconstrucción del flamenco lo que acabamos de ver ahí dentro? ¿una reducción al mínimo? Recordé los mantras recitados antes de que todo se complicase tanto: "Los personajes son cerebros y corazones, para entender bastará con mirarlo profundamente". Quizá si era flamenco lo que vimos.

Así quedó inaugurado SACO en su novena edición. Un festival que crece asumiendo riesgos vertiginosos, sin la necesidad de ser complaciente pero sí de resultar memorable. Un festival que, cuando lo bautizaron como Semana del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo, lo hicieron pensando en noches como esta.

Suscríbete para seguir leyendo