Jota canta Zulueta hasta que duela

El homenaje del cantante de "Los Planetas" al director de "Arrebato"

Gonzalo García-Conde

Gonzalo García-Conde

Hay algo en la forma de componer y de cantar de Jota, Juan Ramón Rodríguez Cervilla, el histórico líder de "Los Planetas", que está impreso en el ADN emocional de una parte grande de mi generación. Un algo que mezcla el vigor furioso de la juventud, una fuerza que puede con todo, con una especie de nostalgia provocada por esa postadolescencia vacía de grandes batallas y de ambiciones que nos tocó vivir. Un buen día era levantarse de resaca y saltar de la cama al sofá hasta que llegase la noche. Salir entonces de fiesta con el objetivo de castigar al cuerpo y cansarse lo suficiente como para que quedase justificado haber vivido esa jornada. Jota ha compuesto varias obras maestras de este género musical emocional, de esta ardiente indiferencia vital. Aunque tengo la suerte de entender mi vida como un juego lleno de matices, hay una parte de mí que se siente muy en deuda con él. Parte que entiendo mejor gracias a su música, a ese tono neutro lleno de poesía y a la intensidad creciente de sus composiciones. Suficiente para aceptar cualquier reto en vivo que me proponga. Por supuesto, una cita en SACO sobre el legado fílmico de Iván Zulueta entra dentro de ese rango.

Zulueta, por su parte, es una figura que valoro pero no podría decir que es un icono cultural para mí. Me encanta lo que conozco de su trabajo, los carteles cinematográficos principalmente, pero yo no vi "Arrebato", no conozco su carrera como cineasta. Es una asignatura que no sabía que tenía pendiente.

Como tantas veces pasa con las influencias de los que nos influencian, el interés de Jota en la figura de Zulueta, que lo reconozca como una figura trascendente para él, ya provoca mi propio interés. Pero debo reconocer que fui a este SACO sobre todo a escuchar en directo al tío de "Los Planetas". Y seguía pensando eso sentado en el teatro mientras esperaba a que empezase, cuando vi los preparativos hechos sobre el escenario con todo listo para una banda de rock convencional. Espacio para el vocalista en el centro, los amplis de bajo y guitarra, teclado a la derecha y la batería por detrás. Pero dejé de pensarlo de golpe cuando me di cuenta de que todo estaba dispuesto de modo y manera para que ellos tocasen de espaldas al público mirando la pantalla, como sometidos al poder narrativo de la imagen, cediendo el protagonismo a Zulueta. Cuando salieron al escenario y fui consciente de eso, de ese respeto reverencial, de esa concesión de ego artístico, supe que a partir de ese momento convendría no perder detalle de lo que se iba a proyectar.

Fue muy bonito. La propuesta estaba dispuesta en piezas cortas. Las canciones estaban adaptadas a la duración de cada una de ellas. Las primeras fueron cintas domésticas como tantas que hemos visto de momentos felices. Un día en el barco. La visita al parque de atracciones. Jugando en el jardín familiar. La moda de la época, los coches, la publicidad. Pero no era una sucesión de imágenes vacías. Hay ojos que saben contar y Zulueta cuenta en silencio. Las melodías melancólicas, por su parte, maridaban a la perfección con ese poso temporal evaporado. Después de eso, Zulueta se fue haciendo mayor, pero no dejó de filmar lo cotidiano. Los primeros viajes, Londres. El color, la psicodelia. Su primer hogar. Sus reuniones de jóvenes adultos llenos de ilusiones. Las canciones de Jota también fueron subiendo de color, los versos resumian esas ambiciones adultas: "esta película va a ser una obra maestra para ser recordada durante décadas…". Más tarde, un montaje grabado desde su casa en el Edificio España de Madrid. Debieron ser horas de filmación maliciosa resumidas en una crítica social. Los grises en acción, un intento de suicidio desde el luminoso del hotel de enfrente, la visita de estado de Gerard Ford, los transeuntes entendidos como insectos. Hasta que llegaron los cortometrajes en los que se hacía patente la relación de Zulueta con la heroína. La espiral descendente. Los amigos menguantes. Eusebio Poncela con cara de no disfrutar en absoluto, de tener un puto problema. La pieza que cerraba la propuesta solo se muestra la caja donde guardaba la papelina. Una repetición angustiosa de cómo la destapaba, como rebuscaba dentro, como al fin la encontraba. Él sabía lo que estaba filmando. Todos supimos que después de eso venía la muerte.

Jota puso música a todo esto. Supo acompañar a Zulueta en un viaje voluntario desde el costumbrismo hasta la destrucción. Ha debido ser una experiencia excitante musicalizar la intimidad de un genio, un reto mayúsculo, pero también algo vertiginosamente introspectivo y doloroso. Jota ha asumido una dimensión nueva de sacrificio y generosidad artística. Para morir rezando, como a un santo, los versos de "Échame a mi la culpa... de lo que pase".

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