Paraíso capital

La herida abierta de «Alberto & García»

El lugar de privilegio que ya ocupa la banda ovetense tras los ecos de su éxito en la sala El Sol

Gonzalo García-Conde

Gonzalo García-Conde

Justo cuando se cumplieron dos años de aquel memorable concierto que dieron en el Campoamor, «Alberto & García» volvieron a casa para presentar su nuevo disco, «La herida». Una convocatoria que llegaba precedida por los ecos de su éxito en la Sala El Sol, en Madrid, y de sus excelentes críticas en la prensa nacional, que parecen situarles, por fin, en un lugar de privilegio que la radio fórmula aún no les ha reconocido del todo.

Aquel bolo de 2021 sirvió para estrenar «Flores Negras», el álbum que debía catapultarles definitivamente a la escena nacional pero que quedó enfangado entre las miserias de la pandemia. También significó, de alguna manera, el final de una primera etapa en la carrera de la banda al convertirse en un nuevo disco, recopilatorio y en directo, que llevó el título de «Flores en el Campoamor». Una colección de canciones que ponía en evidencia que los de Alberto tenían ya una quincena de éxitos imprescindibles para su público, que habían hecho escenario y madurado un discurso y un sonido. Es curioso cómo la memoria juega con nosotros. Cualquiera que hubiese estado en aquel concierto nos podría hablar del lleno clamoroso, del calor del público, de la complicidad. Nuestros cerebros borran lo malo, endulzan lo negativo y fabrican una versión blanca con lo que finalmente deciden guardar. En aquel concierto estábamos con mascarillas, respetando asientos de seguridad, forzosamente sentados en las butacas del teatro, accediendo a él y desalojándolo por turnos. Las fotos que he visto me trasladan a una época muy triste, no se corresponden con lo que recuerdo.

El concierto que Alberto & García ofrecieron en Tribeka la semana pasada fue distinto desde el principio. La cola colonizaba la plaza de Riego por completo y servía como prolegómeno a una reunión de sociedad al más puro estilo Ópera de Oviedo, primera mitad del siglo XX. Dentro de la sala se vivía un ambiente bullicioso, se notaba la electricidad. Convivían allí políticos en campaña, periodistas de diversas magnitudes, artisteo variado, incondicionales del grupo, familia y amigos, color local. Quedaba patente que la banda no es ningún secreto en esta ciudad, sino el equipo de casa, escudo y bandera de una generación muy abierta.

Pero cuando empezó la música, las nuevas canciones empezaron a ensamblarse con los éxitos, las buenas vibraciones se súper multiplicaron y tanto músicos como asistentes perdimos el control sobre lo que estaba pasando. Alberto & García se han tomado muy en serio su apuesta, están dispuestos a llevarla hasta el final, a lanzarse al vacío. Nos envolvieron con un sonido compacto, unas luces bamboleantes y una canción detrás de otra para no parar de cantar y bailar. Los brazos arriba, las letras recitadas, el sudor. Salió Soledad Vélez a compartir un tema con ellos, después Tony Brunet. Los dos se dieron cuenta que lo que tienen Alberto y los suyos con Oviedo no es eso normal que se vive en un concierto. Vieron energía, sangre, fluidos, sexo, fe. Estuvieron sobre el escenario pero en su cara se leía claramente un «¿pero qué coño…?» Eran ellos los que nos observaban con la boca abierta.

Cuando un crítico musical, como yo, se centra en la pista de baile, se sabe todas las letras, deja fluir sus pies y se mimetiza con el ambiente; cuando se olvida de tomar notas y acaba formando parte de la mística, ya sabe que el rigor periodístico ha quedado por los suelos. Pero ¿a quién le importa el rigor periodístico en un momento así? Las heridas de «Alberto & García» son las mías, estoy dispuesto a sangrar con ellos. Vibro con los versos: «Te dejo el mundo, las canciones, ¡qué se yo!, me voy abriendo el pecho. Sigo sin rumbo pero sé hacia dónde voy, no importa si no llego». Bailando, percutiendo, cantando cautivo con la gozadera.

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