Un duelo social tan difícil de predecir como de digerir

No todos emitimos las mismas señales, por muy premeditado que parezca el trágico final de las gemelas de La Ería

José Luis Salinas

José Luis Salinas

Hay una tendencia casi innata a la flagelación social e individual cuando ocurre un suceso como el de las dos hermanas gemelas rusas de La Ería. Una inclinación al castigo que en una primera fase del duelo implica una negación colectiva de un hecho para el que no se encuentra una explicación social. Es lícitamente humano buscar respuestas para preguntas que están mal planteadas e indagar en soluciones que no están bien orientadas. Lo humano es comenzar a apuntar sin ton ni son con el dedo hacia diferentes causas que han podido desembocar en tragedia y, muchas veces, el dedo que apunta hacia la luna tapa el sol. Una actitud tan lícita como injusta. Por eso especular en casos así está de más. Sobra. Tampoco es el momento de anclarse en buscar un motivo, porque no llevaría a ningún puerto. Sería contraproducente para pasar un duelo social extremadamente necesario.

No todos emitimos las mismas señales por lo que un acto de tal magnitud, por muy ritualizado y premeditado que parezca, es extremadamente difícil de predecir para familiares, amigos o profesores. Por muy simbólico que haya sido todo, preverlo es imposible. Las posibles señales se diluyen incluso cuando se trata de una cuestión colectiva, ideada en pareja, con dos personas que, por los relatos, estaban extremadamente unidas, por lo que conseguían ponerse una coraza social imposible de traspasar al apoyarse mutuamente.

Como notas ya generales, el paso de la adolescencia a la edad adulta es un momento complicadísimo. Es un momento en el que los jóvenes tienen mil demonios acechándoles por todas partes, en el que las redes sociales no ayudan nada porque la inmediatez hace que se magnifique todo y los adultos tampoco echan una mano con su imagen de duros haciendo ver que los que vienen por detrás son unos "flojos". Es durante esa época donde afloran los problemas de autoestima, de sentirse diferente al resto y es el momento en el que la visión del mundo comienza a cambiar porque la nebulosa de la niñez va despejándose. Surgen conflictos internos, crisis de identidad y malentendidos durante toda esa transición en la que lo más indispensable es la aceptación del otro, de nuestros iguales. La falta de madurez puede llevar a una ambivalencia o un conflicto dilemático sobre la propia existencia. Aunque eso es ponerse en las alturas, porque la chispa puede haberse encendido por alguna cuestión peregrina, incluso por un juego ritual que pueda desembocar en un final tan trágico.

El problema con los jóvenes es que tienen menos recursos para identificar las propias señales de alarma. Más si se cierran e intentan esconderse tras una coraza. Los adolescentes (y los pre) son, además, especialmente vulnerables a los efectos llamada cuando no hay tacto, cuando dejan de primar los intereses colectivos.

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