Una política más humana

A un día para las elecciones en la comunidad y en nuestra provinciana ciudad, la campaña deja descalificaciones, insinuaciones falaces, palabras excesivas, discursos altisonantes y, sobre todo, promesas faltas de toda razonabilidad; primero, porque nunca se cumplirán y segundo que por repetidas tantas veces no se han hecho compromiso de realidad; y que a los pobres e ignorantes ciudadanos nos cuesta aceptar. Hace ya mucho tiempo que las palabras dadas y los programas electorales dejaron de tener valor en política, incluso en sociedades tan infantilizadas como las nuestras. Desde aquel día lejano que unos casposos filósofos desligaron la razón de la emoción y las pasiones, se reviste de objetividad la mentira y se manipulan los sentimientos con malabares y frases edulcoradas.

No hace todavía mucho, al mentiroso se le apartaba del escenario de lo público, pero en los tiempos del Twitter y el Tiktok, una noticia dura lo que tarda en llegar la siguiente, y la falta de honestidad sucumbe ante el tsunami de falsas noticias, tuits y postureos varios.

Que la política nacional esté dominada por la toxicidad no significa que comulguemos con ruedas de molino; yo, como muchos ciudadanos que comparten conmigo una entereza moral y una ética creyente, nos resignamos a que nos sigan engañando y envenenando con promesas que no esconden más que interesadas políticas de representatividad o delegación, y no de participación real de todos.

La honestidad comprometida, la coherencia testimoniada en el tiempo y, sobre todo, la veracidad de lo prometido, son los principios básicos de un sistema que se dice democrático. Es cierto que no faltan excepciones, pero muchos políticos parecen haber olvidado el valor y el sentido de una verdad, por sencilla que sea. La mayoría de las luchas y ataques se escudan en el tópico macartista de que en política no hay verdades absolutas, y con esta excusa se le pierde el respeto y se acaba cayendo en la mentira o en la falacia de defender propuestas que sabes que nunca podrás cumplir, y lo que es peor, en olvidar que el fin de toda política, y más la municipal, es buscar el bien de cada uno de los que forman esa familia-ciudad.

Estos días observo un fracaso en el panorama municipal: en aras de una superioridad o virginidad ideológica, en una especie de autenticidad exclusivista o de integridad política, muchos se sienten por encima de cualquier debate o diálogo, legitimados para el desprecio y las líneas rojas; para convertirse en nuevos inquisidores que nos imponen verdades de dudosa credibilidad o que ponen en el centro de cualquier debate nada más que mentiras interesadas. Simples postulados ideológicos que sólo buscan el poder y la manera de mantenerse en él.

Podíamos aprovechar estos días para humanizar nuestras políticas; están bien las discusiones de parques, adoquinados, de solares o edificios, pero me gustaría hablar más de las personas, de las familias, de la gente de a pie que no llega a fin de mes, de los que viven en el umbral de la pobreza, de la habitabilidad de los espacios, de la dignificación de los servicios y los barrios, de políticas sociales, de lucha contra la soledad de los mayores, de accesibilidad a la cultura y a la educación digna; de centros de salud abiertos… ¡Vaya, que estamos a tiempo de no perder el tiempo, y mucho menos la paciencia! Y así lo votaremos…

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