Opinión | Crítica / Música

La atmósfera marimba

Conrado Moya protagoniza un concierto con los ingredientes de una alta cocina de autor

Tengo que reconocer que siempre he tenido cierto fetiche sonoro con los instrumentos de percusión más melódicos que rítmicos. De todos, el más principal es el piano, claro, pero hoy me refiero más concretamente a la familia de los vibrafonos, incluyendo, por qué no, la exótica marimba. Por describirlo de manera sencilla para los profanos, una marimba es una especie de xilófono gigantesco que se toca con mazas y que amplifica y define su sonido por medio de unos tubos como de órgano de iglesia invertidos. Sólo su aspecto ya resulta imponente, aunque sea casi inevitable fantasear con sacar de él hermosas melodías incluso para los que no somos músicos, y su sonido hipnótico suele aportar matices y ambientes misteriosos unas veces, y otras cierto calor étnico.

CIMCO, el ciclo de clásica que tan acostumbrados nos tiene a las sorpresas, nos propuso este miércoles primaveral un concierto de marimba, lo cual ya es una rareza en sí mismo, agregando a la receta varios ingredientes que lo elevaron a alta cocina de autor: el virtuoso Conrado Moya, que se sitúa en la élite del instrumento; un programa que iba desde Bach hasta el neo-romanticismo de Séjourné, pero que además presentaba dos estrenos contemporáneos (uno de ellos de nuestro héroe emigrado Gabriel Ordás); y Frodo Álvarez, pionero del lightpainting, al que ya conocemos por sus espectaculares montajes en la Semana de los Premios o las Noches Blancas.

La velada comenzó de manera amabilísima con Johan Sebastian Bach. Resultó un juego muy convincente reconocerlo en el sonido de la marimba. Sirvió para relajar los prejuicios que pudiese provocar un instrumento tan poco común. Limpió el ambiente, nos hizo sonreír a todos. Una jugada muy inteligente, porque la noche se iba a poner intensa con un programa muy contemporáneo. Pero ahí estaba Conrado Moya, que no es sólo un músico. También tiene dotes de hechicero. Porque entre pieza y pieza se dedicó a tejer un discurso que fue envolviendo a todos los presentes. Nos avanzaba un cuento sobre lo que iba a interpretar a continuación. Y su extraña danza a lo largo del instrumento y su mágico sonido terminaron por completar el relato. Sugestionados por todos esos estímulos vivimos el duelo de la compositora Anna Ignatowicz por la muerte de su padre. Desconcierto, ira, miedo, dolor, tristeza, recuerdo. También la intrépida infancia del dios Baco, su difícil adolescencia y su inmadura madurez, en la partitura que José Luis Greco.

Llegado ese punto alcanzamos uno de los grandes momentos de la noche: el anunciado estreno de "To a pearson I never met" de Gabriel Ordás. Fue cuando la compañía Childrem of Darklight de Frodo Álvarez puso su tecnología para dibujar un cortometraje en directo acompañando la interpretación de Moya. Un curioso ballet de dos sombras negras que, jugando en directo con luces capturadas por una cámara de exposición prolongada, dibujaban la película que estábamos escuchando. Una apuesta bellísima, intensa, tan bucólica como caleidoscópica, premiada con varios minutos de ovación.

Cerraba el programa la música de Emmanuel Séjourné, pero en esta ocasión no fue necesaria la magia del relato de Conrado. Bastó con escucharle acompañado por la sección de cuerda de la Orquesta de la Universidad de Oviedo. El sonido envolvente de la marimba, la infinita cantidad de registros emocionales que Moya es capaz de extraer de él conquistaron la voluntad de los asistentes. Toda nuestra vida pasada y futura definida por ese sonido, más bien por esa atmosfera que tan bien resumía y explicaba nuestras alegrías, nuestros pesares y nuestros anhelos. Tras los aplausos, Conrado Moya se evaporó y yo salí de la sala mirando de reojo y con respeto ese artefacto que para mí ya no era sólo un instrumento musical, sino un ingenio capaz de provocar cualquier tipo de sortilegio.

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