Opinión | Crítica / ópera
Aida retorna vencedora
El cuarto título de la temporada de la Ópera de Oviedo cosecha un merecido triunfo musical y escénico
Pocos compositores han resultado tan fecundos para el teatro lírico como Giuseppe Verdi. Su carisma melódico es difícilmente comparable, y aunque "Aida" no sea uno de los títulos más representados del genio de Busseto (como prueba que no se haya representado en el Campoamor desde hace prácticamente dos décadas), el público parece responder y respaldar esta producción que ha supuesto el primer gran triunfo de la temporada, auspiciado por un plano escénico de corte clásico, concebido con criterio, y un elenco equilibrado con voces bien seleccionadas.

Aida retorna vencedora
La emblemática escenografía de Franco Zeffirelli creada para el teatro Verdi de Busseto en 2001 -coincidiendo con el centenario de la muerte del compositor y los 130 años del estreno de "Aida"- evoca el Antiguo Egipto a través de una decoración no demasiado ostentosa pero sí cuidada y efectista, presentando la entrada a un templo flanqueada por estatuas de la mitología egipcia y donde no faltan jeroglíficos y diversos rasgos que nos trasladan de forma inequívoca a la tierra de los faraones. En el segundo acto se restringe el espacio escénico mediante una nueva pared, simbolizando los aposentos privados de Amneris y, en el cuarto, la novedad reside en la incorporación de un altar en el centro de la escena que, posteriormente, hará las veces de sarcófago. Sin duda, el tercer acto es el que más difiere, apostando por un tratamiento más diáfano y una frondosa vegetación que nos transportan a las orillas del Nilo tal y como indica el propio libreto.
A todo esto, debemos añadir el mérito que entraña llevar a cabo una obra de estas características -con cierto aparato escénico, grandes coros, figuración (con un vestuario pertinente)- en un espacio tan reducido como la caja escénica del Campoamor, condicionando la entrada y salida de los diferentes personajes y desluciendo estéticamente algunos números de conjunto -como la célebre escena triunfal- que, pese a todo, estuvieron bien resueltos.
Los dos personajes femeninos que protagonizan la obra verdiana debutaban en la Ópera de Oviedo. Aida fue una sólida Carmen Giannattasio, con un timbre claro y pulido y voz redondeada, su aria "Ritorna vincitor" fue uno de los grandes momentos de la velada, reflejando el conflicto interno que sufre su personaje. Algunos pasajes tirantes en el dúo con De León (tercer acto) no impidieron que se luciera durante sus oraciones, siempre con una emisión y unos finales muy cuidados y potenciados por la iluminación, que confería a las escenas el intimismo preciso, dotando de instantes muy cinematográficos a la producción. Por su parte, Amneris estuvo interpretada por la mezzosoprano georgiana afincada en España, Ketevan Kemoklidze, quien manejó con pasmosa facilidad los registros de pecho y cabeza en aras de una mayor expresividad. Kemoklidze posee un registro central caudaloso, de gran belleza, que se corona por unos agudos afilados y unos graves de cierta consistencia, conformando una tesitura amplia que, unida a su condición actoral, la hacen idónea para el papel, tal y como demostró en sus intervenciones. La gran escena que da inicio al cuarto acto ("L’aborrita rivale a me sfuggia") fue un dechado de virtudes donde se pudo apreciar la calidez de su timbre o su poderoso fiato, que le permitía desarrollar extensos fraseos y recrearse en el lirismo de cada uno de sus pasajes.
Radamés fue encarnado por un notable Jorge de León. Se trata de un rol que el tenor tinerfeño ha abordado en innumerables ocasiones y en el que se siente especialmente cómodo, tal y como se pudo apreciar desde su aria inicial "Celeste Aida". Sus agudos, esmaltados y hermosos, se vieron empañados por una proyección desbordante en cada una de sus intervenciones y tan sólo corregida durante el último acto, ganando su papel en verosimilitud y expresividad.
Muy acertado el Amonasro de Àngel Òdena, habitual en las temporadas líricas de la capital del principado. El barítono tarraconense aporta siempre la experiencia necesaria y une, a su poderosa y timbrada voz, el carácter preciso que requiere cada uno de los roles que interpreta. Digna de elogio la elegancia en sus fraseos y su proyección siempre adecuada.
Luis López Navarro (el rey) sufrió en los pasajes más agudos, aunque demostró una voz profunda, repleta de armónicos y con mucho potencial. Manuel Fuentes como Ramfis infundió autoridad gracias a su timbre de bajo, con presencia escénica y un volumen correcto. Igualmente acertados estuvieron Josep Fadó como mensajero y Carla Sampedro en el rol de la sacerdotisa, con una voz firme y segura, una emisión cuidada y una afinación impecable para culminar su debut. Las bailarinas y la figuración también se ciñeron con profesionalidad a sus cometidos.
El Coro Titular de la Ópera de Oviedo (Coro Intermezzo) tenía un reto notable. "Aida" es una ópera donde la agrupación adquiere un papel esencial y los pupilos de Pablo Moras no desperdiciaron la ocasión para exhibir todas sus facultades vocales, mostrándose poderosos en los tutti pero siendo capaces de aportar delicadeza y sensibilidad en las distintas intervenciones -llenas de exigencia- "a cappella", incluso sin tener la referencia del director musical. Sin duda, una gran actuación del coro que sale reforzado de este título.
La Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) realizó también una gran labor y se mostró muy flexible y maleable a los tempi e indicaciones de Gianluca Marcianò, quien manejó escena y foso a placer, con una dirección alta y muy intuitiva. Las distintas secciones de la formación sinfónica se mostraron equilibradas (un acierto la inclusión de las trompetas en escena durante el segundo acto) y bien cohesionadas, con unos balances ajustados y unas dinámicas trazadas con habilidad desde el pódium para ofrecer una interesante versión de este clásico verdiano.
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