Opinión
Una burbuja arqueológica en la ópera
El fiel montaje escénico de la "Aida" del teatro Campoamor
Cuando se entra por la puerta de artistas de un teatro, uno debe estar preparado para encontrar cualquier cosa. Por ejemplo, para que las sacerdotisas del templo de la diosa Isis le atropellen correteando por los pasillos entre risas, al mismo tiempo que el ejército del faraón, bromeando con sus armas, avance trepando escaleras arriba en busca del escenario. Es ese espíritu de camaradería tan fresco y característico del mundillo de las artes escénicas. La emoción natural, la vitalidad efervescente que se respira entre bambalinas justo antes de que actores o cantantes salgan a escena convertidos en personajes de otra época. Si usted, espectador de a pie, se encuentra alguna vez en esta circunstancia en la que yo me vi accediendo a los ensayos de "Aida", se sentirá por un instante como un viajero del tiempo, atropellado por la cultura del Nilo.
Ocurre que, esta vez, la Ópera de Oviedo, que tantas veces presenta revisiones escénicas en su programa, ha contratado la que puede ser la escenografía históricamente más fiel de todas las que se han creado jamás: la versión para la "Aida" de Verdi creada por el cineasta y escenógrafo italiano Franco Zefirelli. Una propuesta sofisticada, bien documentada, rica en detalles, a la que el mismísimo Howard Carter, descubridor de la tumba de Tutankamón, no podría poner ni un pero histórico. De las que ayudan a sumergirse en la esencia de la historia que se está contando. Un rigor que es característica recurrente en toda la carrera artística del gran escenógrafo florentino.
Hay una razón de peso para que en Oviedo no podamos disfrutar habitualmente de estas puestas en escena tan famosas. Estas producciones, normalmente muy voluminosas, suelen ser afrontadas por los grandes teatros y resulta imposible adaptarlas a escenarios más pequeños como el nuestro. Lo que se haga en el Metropolitan, en Oviedo, sencillamente, no cabe. El Campoamor es maravilloso, pero su caja escénica es minúscula. Es un milagro que logremos las producciones de las que sí disfrutamos, ya que son un permanente reto a la imaginación y capacidad de reinvención de los directores de escena, motivo por el que muchas veces se inclinan por insinuar o reinterpretar antes que por mostrar. Sin embargo, Zefirelli, que realizó esta producción para el Teatro de El Cairo, ideó una versión "piccolina" para ser representada en el Teatro de Busseto, patria chica del maestro Verdi. Esta feliz casualidad es la que nos permite hoy disfrutar de su genio.
Desde luego, esta versión no es tan monumental como algunas que se han montado en grandes escenarios naturales (la Arena de Verona, las Termas de Caracalla en Roma) donde sólo falta ver elefantes desfilando frente al faraón. Tiene más que ver con el rigor con el que se han dibujado decorados y vestuario y con el respeto con el que Vivien Hewitt afronta el legado de Zefirelli.
Por otra parte, hay que decir que Zefirelli no es el único reclamo que tiene esta ópera, que ya tiene prácticamente todo el papel vendido. Aida está considerada la última obra maestra de Giuseppe Verdi. Es una ópera madura, donde no sólo hace una recopilación perfecta de sus principales virtudes como compositor, sino que además muestra pinceladas de un exotismo musical desconocido en su obra anterior. Pensar en Verdi es pensar en una orquestación que combina lo delicado con lo exuberante, y la OSPA se ha presentado a esta cita en plena forma para ponerse a las órdenes de Gianluca Marcianò. También provoca grandes expectativas con respecto al coro, donde "Intermezzo" vuelve a estar sublime en su rotundidad. En el reparto nos encontramos a un Jorge de León que es tan valiente y gallardo como el Radamés que interpreta, que abre la boca y deja salir ese chorro de voz capaz de llevar a las legiones egipcias a la victoria en cualquier batalla. También a Carmen Giannattasio, que debuta rol y tiene voz de sobra para hacerlo bien, y el descubrimiento para mí, de una elegantísima mezzo, Ketevan Kemoklidze, perfecta en todos los registros emocionales de su personaje (maldad, celos, amor y compasión). Luis López Navarro, Manuel Fuentes y Ángel Ódena, todos grandes conocidos de nuestra Temporada, completan un viaje inmersivo perfecto en el Antiguo Egipto. Porque en Oviedo unas veces pasan unas cosas y otras veces pasan otras. La riqueza está en la variedad. Esta vez toca rigor histórico.
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