Opinión | la tijera

Un santuario de fútbol, arte... y peluquería

Elegí la fecha como homenaje a mi padre, fallecido ese mismo día cuatro años antes. El 18 de diciembre de 1974 abrí por primera vez las puertas de mi salón de peluquería situado en el número 11 de la calle Arquitecto Reguera, en Oviedo, junto al hotel de La Reconquista. Bendecido por los siempre recordados monseñor Demetrio Cabo y el padre Florencio, el local, de casi doscientos metros cuadrados, sigue siendo donde trabajo actualmente dirigiendo y coordinando a mi excelente y fiel equipo de colaboradores.

Habrá quien diga que cincuenta años no son nada, pero medio siglo de historia da para mucho. Hemos tenido momentos malos y buenos, los más, y sobre todo, hemos logrado una extraordinaria clientela que es la clave de que esto siga hacia adelante con la misma pasión, esfuerzo y dedicación del primer día.

Quizá desde el exterior parezca una pequeña peluquería ya que es cierto que apenas tenemos tres metros de fachada. Pero cuando uno se adentra en el salón descubrirá que alberga algo diferente.

De las paredes cuelgan decenas de obras de arte. Muchas han sido obsequios, otras adquiridas por mí fruto de la afición por la pintura que me inculcaron Marcos Vallaure y Toto Castañón en mi etapa en el Patronato del Museo de las Bellas Artes de Oviedo y que me llevó, tiempo después, a comprar una obra de los pintores que fueran distinguidos con el premio "Princesa de Asturias" de las Artes, como Richard Serra, Miquel Barceló, Eduardo Chillida, Antonio López o Antoni Tàpies.

Cada rincón está decorado con mimo. Mi particular colección de objetos de barbería tiene un hueco especial frente a la zona de trabajo. Un sillón Koken, bacías, navajas, frascos y un imponente mueble de barbería de 1914 que incluye tres espejos de pared y cuatro cajoneras.

Quienes entran por primera vez se sorprenden al ver camisetas enmarcadas de la Selección Española de Fútbol, balones firmados y recortes de prensa. En este salón se fraguó una estrechísima amistad con Javier Clemente, entonces entrenador de la Selección, gracias a mis amigos Luis Enrique, quien acababa de fichar por el Real Madrid, y Abelardo, que ya era jugador del Barcelona. En 1993 me convertí en el peluquero de la selección, un "apellido" del que rehúyo, pero que me ha permitido viajar por los cinco continentes, asistir en directo a partidos inolvidables en cinco Mundiales y seis Europeos y que me llevó a escribir el libro titulado "De los pies a la cabeza: Mis vivencias con el fútbol y la Roja".

Medio siglo para un negocio es algo histórico que en solitario nunca habría conseguido. Citar a todos los que lo han hecho posible me resulta imposible. Ya he citado a la clientela, toda sin excepción, a mis colaboradores, con mención especial para los talentosos Joaquín Ferreira, que empezó a trabajar conmigo con 17 años en la peluquería que regenté anteriormente en la plaza Juan XXIII y que sigue en mi equipo; a Carlos Allende y Gabriel García, quienes nada más terminar el servicio militar se integraron en nuestra plantilla y que sin ellos seguro que habría sido imposible que yo hiciera todo lo que hice y lo que aún me queda por hacer.

A mi amigo don Miguel Orejas, por animarme a la hora de adquirir el local y ponerme todas las facilidades del mundo. A mi hermana Finita y a mi cuñado Bayón, por apoyarme económicamente para dar el salto. Al resto de mi familia, por su respaldo incondicional. A Carles Muñoz Espinalt, padre de la psicoestética, por abrirme la mente. Y a todos y cada uno de mis amigos y amigas que siempre han estado cuando tenían que estar.

En el pequeñísimo despacho que tengo en el salón nacieron ideas y estudios sobre imagen personal, como la teoría de que la sociedad se divide en dos grupos de seres humanos, los IPA (Imagen Personal Atascada) y los IPI (Imagen Personal Impulsora). También libros porque, aunque siempre recalco que me dedico a la peluquería, he dado rienda suelta al bolígrafo y a la máquina de escribir para difundir mis conocimientos, como en la obra "Cómo triunfar en la era de la imagen. Claves psicoestéticas para el siglo XXI".

Por mis manos han pasado las cabezas de Adolfo Suárez, Severo Ochoa, Alfredo Kraus, Mijail Gorbachov, George Bush padre, Henry Kissinger o Nelson Mandela, por citar algunas de las muchísimas personalidades que han depositado su confianza en nosotros.

En 1993, el periodista Carlos Fuente Lafuente me escribió una biografía titulada "Ramiro. Profeta de la psicoestética" y quince años después, en 2008, Juan Luis Fuente Lafuente, firmó la segunda bajo el título "Las historias con alma nunca tienen fin". Hoy recuerdo ambas obras con cariño y emoción. Porque recordar no es regresar, es el espejismo con el que la nostalgia nos premia para volver a andar lo ya andado, para volver a sentir la alegría del largo camino de una vida en la que siempre intenté compartir ilusiones y amistad.

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