Opinión | Con vistas al naranco
Navidades, una vez más
La Natividad del Señor era hasta el siglo XVII el último día del año
Nací en familia que, con mucho mimo, guardaba sin extremismos las tradiciones religiosas cristianas, siendo la Navidad, el advenimiento mundano del Hijo de Dios Padre, la primera.
Visto ahora con perspectiva, esa conmemoración goza de envoltura hermosísima. Era el natalicio en patéticas condiciones higiénicas, un pesebre, del primogénito de matrimonio, que viajaba a lomos de jumentos y apenas guiado por signos luminosos del firmamento. El matrimonio iba obligado por la premura censal de la potencia imperial ocupante de Palestina. La oralidad de varias leyendas yuxtapuestas, que rodearon el feliz alumbramiento, llegó hasta un tal Lucas en el siglo primero. Médico, de lengua y escritura arameas, Lucas promovió lo que algunos exégetas consideraron Segundo Testamento a añadir al Talmud con que piadosos judíos en sus sinagogas recordaban sabatinamente las revelaciones de la supuesta creación térrea. Eran relatos, entretenidos y acientíficos, de sabios comunicadores con criterios literarios que permitían comprender etapas de la Historia. Toda una biblioteca de libros escritos, pero accesibles a analfabetos e iletrados por esa paralela benéfica transmisión oral. El mensaje de amor, paz y solidaridad, que se reconoce utópico, venía a desmontar el politeísmo de otras civilizaciones. La diversidad de dioses que pugnan entre sí, reproducen cuitas humanas, afectos y odios, matrimoniales y extraconyugales, por más que resultase, en ocasiones, divagación cultural maravillosa, periclita ante el monoteísmo. Éste dio paso dialéctico extraordinario y vino a quedarse superando atavismos y pobrezas morales. Los filósofos habían hecho logros importantes en Ética y Progreso sin haber conseguido, o querido, trasladarlos para el finiquito de la dispersa multitud de dioses.
La Natividad del Señor es fiesta religiosa a celebrar una vez más el 25 de Diciembre. Navidad era hasta el siglo diecisiete el último día del año, lo que explica que el incendio que asoló Oviedo en 1521 fuera la noche del 31 de Diciembre al 1 de Enero 1522. El origen de aquella catástrofe estuvo en las chipas de hornos y fogones en que nuestros antepasados cocinaban el cordero pascual. Las llamas se propagaron descuidadamente por el viento sur quebrando casuchas y endebles edificios civiles hasta hacerlos cenizas a los dos lados de la Muralla medieval. No fue sino genial estupidez la enloquecida salvación del fuego que en sus surrealismos artísticos ensalzaron Dalí y / o Cocteau. En Oviedo han proliferado incendiarios negligentes como los de 1521/22 o morales tal los que quisieran liquidarnos (quemarnos es sinónimo español) cambiando nuestro protohistórico topónimo indoeuropeo al belicoso, absurdo, artificioso e insustancial Uviéu, jamás usado antes de mediado el siglo XX.
La Navidad como fecha, en nuestros lares, fue poco a poco perdiendo base conmemorativa en favor de la llamada Noche Buena de la medianoche del 24 de Diciembre, coincidiendo legendariamente con canto gallináceo, al ser el ave del gallo lo primero que vería y oiría Jesús recién nacido. Los feligreses, léase parroquianos, fueron acomodando horarios a gustos y comodidades. El cambio consuetudinario, del 25 al 24, no es tradición simultánea en todo el catolicismo pues en Cataluña, por ejemplo, se mantiene el ritual almuerzo primordial del 25 frente a las inmediatamente anteriores Misa del Gallo y Cena Familiar de Noche Buena.
En cualquier caso, Navidad son fechas de fuerza y recogimiento familiar insólitos que bien merece vivirse en júbilo, con suma admiración y si cabe redoblados respeto y tolerancia.
¡Feliz, Navidad!
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