Opinión | Paraíso Capital
Gonzalo Garcia-Conde
Tres rancheras para los de Alberto
El Mariachi Monchy del Valle ameniza desde la calle la previa del esperado concierto de cierre de gira de "Alberto & García"
No es lo normal, pero se puede llegar a ser hincha de un grupo musical lo mismo que se es de un equipo de fútbol. Cuando conectas con un sonido, lo habitual es que te gusten las canciones mucho o muchísimo, que te encanten, que incluso te dejes arrastrar por la estética o por la épica que rodea a la banda. Pero también es posible que todo eso trascienda a lo emocional de tal manera que lo entiendas como propio, que sientas que formas parte de un todo. Que lo conviertas en sentimiento. Ejemplos: que seas de los Beatles o de los Stones, de Verdi o de Wagner, de Blur o de Oasis, de Prince o de Michael Jackson. Que seas de Elvis, mecagüenmimantu, ¡hasta la muerte! Pasa muy pocas veces y no se corresponde con lo estrictamente artístico, sino que se incluyen otros ingredientes sociales, históricos y de cultura popular. Pero puede pasar.
Después de varios artículos dedicados a Alberto & García, publicados en este mismo periódico, creo que ya he dejado bastante clara mi absoluta falta de objetividad con esta gente. Me he unido a la horda de seguidores incondicionales que nos reunimos a su alrededor, que nos sabemos sus canciones, que celebramos sus éxitos y que estamos dispuestos a sangrar con ellos. Porque pienso que representan con orgullo a nuestra pequeña capital del Paraíso, actualmente fuera del mundo globalizado, perdida entre montañas y un mar embravecido, fuera de onda. Y que lo hacen con una poética y armonía cargadas de influencias universales, como lo era Asturias cuando tenía voz en el mundo.
Fue para mí un disgusto no poder asistir, por motivos laborales, al concierto que dieron este sábado en la Sala Tribeca, que servía para cerrar la gira de "La herida". Sin embargo, sí me las apañé para pasar por la Plaza del Riego cuarenta y cinco minutos antes atraído por el rumor de una "sorpresa" relacionada, algo que iba a pasar. Allí me encontré a esa tribu de la que hablo. Muchas caras conocidas, buenos amigos la mayoría. Personas a las que quiero y con las que comparto esta pasión. Un público transversal, social y generacionalmente hablando, que esperaba bullicioso e inquieto a que pasara algo. Fue cuando, no se sabe de dónde, surgió el Mariachi Monchy del Valle, con todo el color de sus trompetas, guitarras y guitarrón, y con el volumen de barítono que una buena ranchera se merece, cantando la mítica "Llorona". Provocando una explosión jubilosa entre los que intuían lo que estaba pasando y los que no.
Después, esos pocos cientos de personas les acompañamos cantando, con el corazón en un puño, ese himno rebelde del que sobrevive a todo, del que está dispuesto incluso a trascender a la muerte, titulado "El rey". Tema, por cierto, con el que "Alberto & García" han terminado tantos conciertos cantando a capela con nosotros, sus hinchas. Los de Monchy del Valle cerraron esta flash-mob con un tercer clásico, "Cielito lindo", y entre bravos y palmas enloquecidas, invitaron a todo el mundo a entrar en la sala y disfrutar del concierto. Los que podían, porque yo me tuve que ir arrastrando los pies hacia mi trabajo.
Total: fui a un concierto que no sabía que iba a ser un concierto a las puertas de la sala donde iba actuar "Alberto & García." Y vi una actuación, solo tres rancheras, apenas quince minutos, de unos que ¡ni siquiera eran Alberto & García! Pero ahí estuve, cantando a pecho descubierto, abrazado a muy buenos amigo, alrededor de algo en lo que creemos y nos hace felices. Son mi equipo, son los de casa. Un sentimiento. Y me fui como si no hubiese podido ver el partido, pero sí como marcaba gol mi equipo. Un golazo, por cierto.
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