Opinión

Una amena tarde con Fernando Bueno

Mi particular homenaje a un hombre sabio y empático que hizo honor a su apellido

Fue una tarde muy amena. Benigno Varillas, el gran naturalista, contactó con él y concretaron una visita a este eminente médico que había ejercido la medicina en Botsuana. Me pidió que le acompañase. Y la visita pasó de protocolaria a una larga charla con un gran vitalista. El doctor Fernando Bueno era mucho más que un ejerciente de la medicina, era un renacentista de nuestra era. Fue una prolongada y amena conversación.

Llegamos un poco despistados con la intención de comentar su estancia en el territorio africano que tenía cierto interés para Varillas, quien recordaba sus temporadas en la República Sudafricana, en Namibia y sus vivencias con las tribus del oriente de este continente lleno de vida salvaje y libre. Pero en el insigne médico nos encontramos una persona divertida, un sabio que había ejercido su profesión de una forma vitalista, dinámica, generosa. Nacido en La Rioja y estudiado en Salamanca, como su hermano Gustavo Bueno, el filósofo que ejerció su sabiduría en la cátedra de Filosofía de la Universidad de Oviedo, Fernando Bueno "aterrizó" en Oviedo después de haber expandido su personalidad por Suecia, Noruega, el Reino Unido, donde se casó, y en el África colonial. Ocupó diversos e importantes cargos en la sanidad de los países nórdicos y pasó luego a la isla británica.

Finalmente, fue enviado por las autoridades inglesas al territorio de Botswana. No se limitó a cuestiones puramente sanitarias, según nos contaba, sino que se fue integrando en aquella sociedad colonial y defendió la difícil existencia de unos nativos que le acogieron por su generosidad y afabilidad. De ser un representante de la Reina pasó a ser, sin dejar de ser una autoridad británica, un defensor de los derechos y costumbres de los nativos. Nos narraba la vida natural de la colonia y la idiosincrasia de sus gentes.

Luego volvió a España y llegó a Oviedo donde ejerció la medicina en el Hospital General de Asturias, también en el hospital Álvarez Buylla de Mieres y la docencia en los cursos de doctorado de Universidad de Oviedo, aunque se le recuerde con mucho cariño por su trabajo en el ambulatorio ovetense de La Lila.

Pero la vitalidad del doctor Bueno, un espíritu libre, se extendió por el mundo como organizador de congresos. Llevó sus conocimientos a países lejanos, sobre todo a Hispanoamérica, donde organizó simposios y reunió a especialistas de todo el mundo. También nos habló de sus aficiones a la música, a la pintura, sus pasos por distintos lugares de España y, como gran conversador, recordó sus lugares de vacaciones. Habló, quizá por haberlo mencionado yo, de su paso por Barro, del Barro de la docena de familias numerosas veraneantes (tres o cuatro de La Felguera, otras tantas de León, de Oviedo, también de Granada, de Madrid…) que pasaban largas temporadas en el pueblo, sin coches, con excursiones familiares, baños en una playa también casi familiar.

Aquella larga tarde en la terraza cubierta de su casa madrileña nos demostró no solamente su sabiduría, sino también su aventurada vida, su bonhomía, su empatía y sus dotes de relato y conversación. Comenzaba a anochecer cuando nos dimos cuenta de que llevábamos horas hablando, riendo, admirando su larga trayectoria no solo como médico, sino como emprendedor, como sabio, como persona. Descanse en paz. Deja una descendencia con vocación internacional.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents