Opinión
El prau de San Pedro
La evocación de un cementerio al pie del Naranco que acabó por convertirse en un hermoso parque
Vamos envejeciendo pero, a Dios gracias, conservamos la memoria. Hoy me planto alrededor del año 1950, con mis 7 años y en un verano vacacional, donde mi madre me llevaba todas las tardes hasta lo que llamábamos "el prau de San Pedro". El "prau", pienso hoy, no estaba bien titulado. Pero para que ustedes me entiendan, desde la calle de la Independencia cruzábamos por la pasarela, encima de las vías y estación de Renfe, y si quieren mejor "del Norte", llevándonos hasta un plano verde inclinado, donde allí nos sentábamos, y yo me entretenía viendo aquellas pequeñas, pero potentes, máquinas de vapor: "Fresier" y "Ocasa" formaban los trenes de mercancías.
Pasó el tiempo y llegaron nuevas vacaciones. Lo nuestro no era explorar, pero sí seguir ascendiendo por aquel plano cada vez más inclinado y así llegar a una superficie plana donde se encontraba la iglesia parroquial de San Pedro de los Arcos y en su, llamada hoy, trastienda, es decir, detrás, el cementerio. Para mí algo novedoso. Mi madre me acompañó, diciéndome los nombres de algunas familias que ella conocía. Pero lo genial para mí, fue el conocer que había otro cementerio civil anexo, donde las lápidas eran muy diferentes, diferenciando signos judíos de musulmanes. Los recuerdo simplemente, aunque mi madre no me explicó, o no quiso por la edad que tenía, entrar en detalles.
Recuerdo que, después del Rosario, que presidía don Agustín, entonces ecónomo de San Pedro, que no párroco, y que tenía un trabajo en el Obispado, una señora siempre se acercaba hasta la puerta del cementerio y, sin entrar, como veía la lápida de su marido, algo musitaba y llorando regresaba a su casa, enfrente de la iglesia: era doña Lola, entonces dueña del conocidísimo negocio de "La más barata", de la calle Cimadevilla, haciendo esquina con la Calleja de los Huevos.
Y finalizo para no cansarles. Unos años más tarde estuve invitado a una pequeña tertulia en la Casa Parroquial de San Pedro, siendo entonces párroco don Argimiro Llamas, que anteriormente lo había sido de Santa María Real de la Corte, tiempo después canónigo. Y recuerdo que aún existía el cementerio.
Pasa el tiempo, mucho tiempo y con los nuevos medios de comunicación, un día veo que Google se hace eco de lo publicado por LNE y el levantamiento de los restos de los cadáveres allí enterrados y que hoy es un hermoso parque, rodeado de chalets: adiós a mi cementerio de San Pedro.
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