Opinión

Sobre el dulce popularizado por Camilo de Blas

Carbayón es un pastel, metáfora de árbol totémico y más título que gentilicio

Tengo gratos recuerdos del primer colegio francés, carretera Bayonne-Biarritz, en el que nos internaron, finales de los cincuenta, a mi hermano y a mí. Era la primera salida adolescente de casa. El Colegio se llamaba Villa Pía y tan ortodoxa denominación era lógicamente dependiente del obispado de los llamados Pirineos Atlánticos. Con nosotros estaban "los alejos", tres hijos de un honorable galeno, a cuál más inteligente, al pequeño de los cuales, Juan Manuel, le oí defender algo que ahora leo también en la magnífica introducción de Evaristo Arce al Libro conmemorativo del centenario de la entrañable confitería Camilo de Blas: Somos carbayones, sí a mucha honra, pero conviene aclarar a esta gente ignorante que ya no se trata solo de un árbol desaparecido en siglo anterior sino que es un pastel delicioso, de rechupete, que seguirán saboreando generaciones futuras".

Rememoro a una gran actriz, la fantástica Gloria Berrocal, que en país enigmático del Norte de África– no sé si Túnez o Argelia– me dijo: te veré próximamente en un espacio fabuloso de tu ciudad, Camilo de Blas, donde he de rodar junto a compañeros de culto como (Antonio) Ferrandis, Ana Belén, Flotats... Jaime de Armiñán sostiene que esa confitería ofrece mejores impactantes decorados que cualquier paisaje o estudio de diseño.

"Templo sibarita repostero de una verdadera capital gastronómica" califica el concejal ovetense Javier Ballina.

Poco cabe añadir a Evaristo, Juan Manuel, Gloria y Javier, apenas que mucho siento la ausencia de un extraordinario quinto espada para imaginario cartel que confecciono a vibrante lujo mío, de mi magín, José Luis Pérez de Castro, reconocido por el gremio librero como el mayor bibliófilo de España, ¡y todavía vivía por entonces don Pedro Sainz Rodríguez! ¿Y por qué relaciono a José Luis, al que mucho echo en falta y quiero en el recuerdo? Sin duda no por su proverbial pasión a dulces y golosinas, y entre ellos, a los carbayones sino porque este libro del Centenario lo habría valorado en la maravilla que es. Y no solo por los textos y las fotografías, que también, sino por su inolvidable enseñanza pedagógica de que el primero de los cinco sentidos es el tacto, y tocando este gran libro, sus páginas satinadas, sus cantos y envoltura, ya sé que sus autores, Mercedes Blanco, Francisco Bescós y José Gil-Nogués, han hecho gran labor editorial.

En estos tiempos en que unos insensatos quieren imponernos artificioso topónimo para la ciudad sin ningún arraigo ni tradición centenaria, que Camilo de Blas, y de forma sobresaliente José Juan, siga fiel a lo que es su pasado para disfrute delicioso de los que somos incondicionales clientes bien nos merecemos este libro. El producto sigue ahí, tomando silente relevo de árbol totémico que, pese a fratricida desaparición nos llega a la médula de nuestra razón de existir, asumida ahora por sabor como nuestro nombre de ovetenses/carbayones, ¡a mucha honra! que oí en aquella conversación infantil a un luego egregio ovetense/carbayón de la diáspora, Juan Manuel Rodríguez de la Rúa.

Gracias a Camilo de Blas, mantenemos un sinónimo de ovetense, carbayón, que es más título que gentilicio.

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