Opinión | crítica / música
El Magisterio del piano
La lección de Bronfman, una leyenda viva
Llegaba en gira, y de nuevo con Oviedo en el mapa musical, el pianista uzbeko Yefim Bronfman (Taskent, 1958), una de las leyendas vivas junto a un Sokolov que lo hará el próximo domingo.
Aunque afincado en Nueva York tras ser recriado en Israel, está claro que aún seguiremos hablando de la "Escuela rusa" porque ambos pertenecen a ella en estos tiempos de globalización también en el piano, pero lo que se recibe en la infancia parece permanecer en estos grandes.
Bronfman a la capital asturiana, a quien también podemos nominar para capitalidad del piano al haber pasado por ella toda la élite nacional e internacional, se convertiría en una clase magistral de repertorio e interpretación con un músico por el que no pasan ni pesan los años, poso en cada página sumado al virtuosismo atesorado cada día, dándole una fama bien merecida, con titulares como "técnica imponente, su potencia y sus excepcionales dotes líricas son reconocidos constantemente por la prensa y el público", y así lo corroboramos en un auditorio con buena entrada.
Abrir con Mozart y su Sonata nº 12 en fa mayor, K. 332 (1783) fue la primera lección por una ejecución más allá de lo académico: "Allegro" brillante, "Adagio" lírico y quasi operístico, más el "Allegro assai" vertiginoso, con ímpetu juvenil, amplio de matices y de sonido prístino.
Siguiente capítulo de magisterio con Schumann y la "Arabeske", op. 18 (1839), no solo un ornamento o estilo de contornos figurados, florales o animales utilizados para crear intrincados patrones inspirados en la arquitectura árabe, también un término de danza, una posición de ballet, donde una simple melodía aparece tres veces, interrumpidas por dos pasajes en modo menor donde la melodía no cambia en cada aparición, pero sí nos obliga a reevaluar la figura, como si nuestra visión cambiara cuando se ve a través de las diferentes sombras que proyectan los pasajes intermedios. Un paréntesis emocional entre los problemas del alemán con su amada Clara, verdadero quejido de un artista obligado a trabajar para comer, sin espacio para la imaginación, pero con mucha magia en este corto trabajo de subsistencia que Bronfman interpretó desde una pasional intimad, subyugante en dinámicas.
Tercera etapa en este viaje cronológico, Debussy y tres "Images" del segundo libro (1911), que puedo calificar de caleidoscopio sonoro pues al francés no le gustaba le asociasen con impresionistas ni simbolistas, aunque su música busque pintar con el sonido, algo que también Schumann reflejó con la frase "El pintor puede aprender de una sinfonía de Beethoven, así como el músico puede aprender de una obra de Goethe". Desde un piano distinto en sonidos hasta entonces lejanos (la inspiración en el gamelán de Java es destacable), Bronfman dibujó óleos, acuarelas y hasta plumillas coloreadas con las "Campanas a través de las hojas", la flotante luna luminosa sobre un templo oriental, o "Peces dorados", reflexiones acuáticas brillantes y evocadoras, tres cuadros sonoros de pinceladas variadas con un pedal siempre en su sitio, arpegios perlados y la música pintada con el Steinway ovetense en las manos (y pies) del uzbeko.
Descanso necesario para retornar a la madre patria donde no podía faltar Tchaikovski, al que parecen llevar en los genes tantos pianistas de su generación (Sviatoslav Richter, Shura Cherkassky, Mikhail Pletnev o Sokolov), todos compatriotas y exiliados de la extinta Unión Soviética. El compositor definió su Gran Sonata en sol mayor, op. 37 (1878) como "de perfección inalcanzable", poco frecuentada por los pianistas por "incómoda" al estar escrita con una reconocible concepción orquestal contenida en el instrumento solista, algo que escuchamos continuamente, y achacándole la falta de familiaridad con la técnica virtuosa del piano, olvidando que también fue un pianista talentoso. Bronfman es todo, virtuoso y talentoso, capaz de afrontar las colosales dificultades que plantean los cuatro movimientos, inaccesible para la mayoría de jóvenes intérpretes. Sonata que requiere además de toda la técnica al servicio de la partitura, una inteligencia musical que el uzbeko demostró sobradamente. Inmenso su esfuerzo, visión llena de pasión, fuerza, melodismo sinfónico por sus amplísimas dinámicas y reminiscencias de todo lo antes escuchado, claridad y equilibrio, cercanía sin gestos para la galería, concentración y toda la energía en una interpretación de máxima entrega.
Aún quedaban fuerzas y ganas para no una sino tres propinas (Sokolov puede llegar a seis) donde seguir demostrándonos su magisterio. De nuevo Tchaikovski y de "Las Estaciones" elegir la "Canción de otoño" (Octubre), un aire más fresco tras la grandiosa sonata. Con ímpetu juvenil su estudio "Revolucionario" de Chopin fue de una vertiginosa ejecución en la mano izquierda sin perder nunca el primer plano de la derecha. Y qué mejor que terminar con otro ruso emigrado a los EEUU como Rachmaninov y del Preludio en Sol menor, op. 23 nº 5 la majestuosa y rotunda "alla marcia" para seguir sentando cátedra desde el piano y reivindicar la capitalidad de Oviedo en el universo musical donde no faltan leyendas como Yefim Bronfman.
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