Opinión

Javier Arce Velasco

Evaristo Arce, con gratitud

El fallecimiento el pasado miércoles de Evaristo Arce, referente del periodismo y en los círculos artísticos asturianos, desató una ola de cariño reflejada en los días posteriores con la publicación de numerosos artículos y referencias elogiosas en las páginas de LA NUEVA ESPAÑA, donde trabajó y también dejó honda huella. En el siguiente texto, su hijo Javier agradece todo el apoyo recibido

Tras el fallecimiento de mi padre y conocedor de su carácter cumplidor y agradecido me veo en la obligación de coger no la pluma, que él habría elegido, sino el teclado, con el que también aprendió a convivir, para escribir unas líneas de profundo y sincero agradecimiento a todos cuantos en estos días difíciles habéis estado a nuestro lado transmitiéndonos vuestro pesar, vuestra pena, vuestra desolación, por tan inesperada y dolorosa pérdida pero también a aquellos que habéis compartido con nosotros la alegría, esperanza y consuelo a través de vuestros recuerdos, vuestras experiencias, vuestras vivencias con él.

Evaristo Arce, con gratitud

Evaristo Arce, con gratitud

Gente de todos los ámbitos, sectores y profesiones, con ideologías dispares y pensamientos diferentes han convergido en estos tiempos de polémica, crispación y enfrentamiento en un reconocimiento unánime y sin matices hacia la figura de un hombre bueno, recto, sin sombras. Ya fuese a través de un café, su adorada tertulia, su colaboración en mil y un proyectos que le planteaban y a los que no sabía decir que no, o en cualquier otra circunstancia de la vida tenía una personalidad cautivadora que conectaba desde el primer momento con su interlocutor estableciendo un vínculo difícil ya de romper. De diálogo fácil, siempre certero en sus comentarios y con esa ironía tan personal, se hacía querer desde el primer segundo. Sirva como ejemplo la experiencia vivida en sus últimos días, ya ingresado en el hospital, donde coincidió con un compañero de habitación que, debido a su dependencia, necesitaba asistencia continua, pasando con él las noches su mujer.

Pese a sus dificultades para hablar en esos días, debido al avance de su enfermedad, pero siempre con su retranca y humor característicos, esta corta convivencia sirvió para que esta mujer, una vez que trasladaron a su marido y le dieron de alta nos pidiese por favor que la mantuviésemos informada de su estado y que, apenas unos minutos tras su fallecimiento, apareciese en su habitación con lágrimas en los ojos para darle un último adiós. Gracias de todo corazón. María José, por tu atención y tus cuidados en esos primeros días de hospitalización. Así era él. La amistad, ese sentimiento forjado a base de compartir experiencias y vivencias surgía con él de forma natural e instantánea, y consiguió que ese bien inmaterial tan preciado se convirtiese en algo transmisible de padres a hijos, haciéndolo también extensible a los amigos de los amigos y mucho más allá. Así sucedía en Bañugues (su tercera patria tras Villaviciosa y Oviedo o viceversa), donde su charla amena y acertada podía tener como interlocutor tanto a los padres de nuestros amigos, como a nuestros propios amigos o los hijos de estos. Su capacidad para conectar y relacionarse no tenía límites. Poco se puede añadir a la semblanza realizada por sus amigos en la prensa de estos días y en la acertada homilía de su también amigo el párroco de San Isidoro José Luis Alonso Tuñón en colaboración con Monchu el cura, amigo desde la infancia, en su funeral. Para su familia él era el ejemplo a seguir, el faro que guiaba nuestros pasos en los momentos de duda o dificultad, ese apoyo inquebrantable que te ayudaba a superar cualquier situación por dura que fuese y por supuesto ese padre, abuelo, hermano, tío, cuñado, etc., cariñoso y cercano a quien sabías que podías acudir en busca de ayuda, consuelo y consejo. Su trayectoria vital nos llena de orgullo y hace un poco más llevadero el dolor de su pérdida. Él no me perdonaría que en estas palabras de agradecimiento no incluyese a nuestra madre, su mujer, su esposa, su compañera y a la vez su apoyo incondicional y permanente ante cualquier vicisitud. Mamá, como también a él le gustaba llamarla, ha sido esa presencia constante y necesaria en su vida sin la cual todo lo demás no tendría sentido. Por último, nuestro reconocimiento y por supuesto agradecimiento a los médicos y enfermeras del HUCA que supieron tratar a mi padre con un cariño y una cercanía más allá del deber profesional hasta su último aliento. Es algo que les honra y debe ser reconocido siempre.

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