Opinión | Despedida a evaristo arce, un referente del periodismo y el arte

Nunca neutrales a la amistad

En el quicio de la puerta de mi casa colombiana hay colgado un hermoso dibujo minimalista del artista asturiano Francisco Fresno titulado "El Árbol Positivo". Fechado y firmado por cuatro especiales amigos en la parte trasera el día de mi partida a América el 15 de enero de 2013, los textos se cierran con la frase: "Nunca neutrales a la amistad. Con todo mi afecto, Evaristo".

Una reproducción en madera policromada de La Santina y un ejemplar de las Charlas Radiofónicas de Alejandro Casona, editado por el Instituto de Estudios Asturianos y firmado "Para Víctor, amigo predilecto, ultramarino y plenipotenciario", completan los obsequios y mensajes que atesoro en la distancia, de un amigo ejemplar que nos ha dejado huérfanos a todos, aunque jamás neutrales a su gran amistad y ejemplar bonhomía.

Conocí a Evaristo Arce en la librería que regentaban las hermanas Polledo en la calle del Peso. No es el único amigo que conocí en idénticas circunstancias. Entre libros, la amistad siempre florece.

Mi particular cartografía amical con Evaristo tuvo cuatro escenarios y épocas: Madrid, donde él acudía a cumplir su cometido profesional en visitas a subastas artísticas o a realizar sus labores curatoriales para el Grupo Masaveu y yo comenzaba a obtener mis primeras experiencias profesionales en el Ministerio de Cultura. Era habitual que cuando quedaba más libre de compromisos mayores, me invitara siempre a comer en un restaurante gallego de cuyo nombre no puedo acordarme y que frecuentaba con asiduidad. Allí, entre manteles y viandas, Evaristo hacía conmigo labores periodísticas con preguntas poderosas y sabias escuchas. En ese caldo de empatía en la villa y corte, comenzamos a tejer una amistad profunda, sincera y sencilla que llegó a ser duradera y se amplificó con los años y sin importar la distancia.

La segunda parada fue Oviedo, ciudad por ambos más que amada y donde sentí mucho más que su apoyo e independientes consejos en mi vuelta y emprendimiento profesional de novedosa consultoría cultural. Oviedo y Asturias eran nuestro paraíso terrenal en el que sembrar los sueños culturales de dos personas de distintas generaciones, respeto mutuo y parecido carácter.

La tercera posta fue su natal Villaviciosa, lugar donde recaí profesionalmente durante gratos años de trabajo en la Fundación José Cardín Fernández y donde Evaristo fue para mí una sombra y un abrigo permanente, un padre sabio y afectuoso, de quien tomaba su palabra como una semilla. Sus consejos y acompañamiento permanente fueron mucho más que un máster en gestión cultural porque hay cosas que solo se asimilan si hay alguien entregado a enseñar y otro dispuesto a aprender.

En estos años de paisajes asturianos, compartimos sobre todo fidelidad, disponiblidad e innumerables sobremesas por muchos lugares gastronómicos que él me iba descubriendo. Tuvo la grandeza de presentarme a amigos entrañables, con los que compartir un café y palabras siempre afectuosas, frases socarronas ...y tiempo. Porque una cosa que aprendí y de la que ahora me doy cuenta, es que a la amistad hay que dedicarle tiempo.

Nuesta última parada fue Colombia, la tierra que me acoge hoy a mí y a mi familia y desde la que siempre continué contando con su apoyo incondicional, su amabilidad conmigo y con mi familia, sus mensajes nostálgicos, sus periódicos, sus felicitaciones de santoral y cumpleaños.

En todos estos lugares y sentimientos, aprecié siempre la importancia de esa frase escrita al inicio de este pequeño recuerdo. Porque, efectivamente, en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia, a mí y a todos tus amigos, nunca nos hiciste sentirnos neutrales ante tu gran amistad. Eternas gracias.

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