Opinión | Paraíso capital
gonzalo conde
Lo de fuera y lo de casa según SACO
«La ley de la calle» y «Volver a empezar», bajo el particular prisma que imprime el festival ovetense, cierran otra exitosa edición del certamen
Me suele pasar que, cuando hablo con gente de fuera sobre los cine-conciertos de SACO, que mi interlocutor se hace la idea equivocada de que le estoy contando algo sobre clásicos del cine mudo y un pianista con chaleco negro y camisa blanca con manguitos tocando charlestón frenéticamente. Un plan encantador, sin duda, que ya disfrutamos en su momento. Pero la Semana del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo ha crecido mucho en sus once ediciones de vida arriesgando con todo tipo de propuestas. Hemos visto a «Lagartija Nick» haciendo temblar a la Generación del 27, a Jota el de «Los Planetas» profundizando en los metrajes privados de Iván Zulueta, al Niño de Elche siendo más surrealista que el surrealismo. Propuestas imaginativas, arriesgadas, sofisticadas, poéticas y provocativas. Pero nunca previsibles, eso no es SACO. Y eso ha vuelto a pasar.
El segundo fin de semana de esta edición ha cerrado con dos propuestas diferentes que demuestran hasta dónde está dispuesto nuestro ciclo de cine en su curiosidad: la revisión de «La ley de la calle» (Francis Ford Coppola, 1983) que el festival ha encargado al guitarrista Luis Cobo; y la versión que Leticia Baselgas y Rubén Bada estrenan en Asturias de «Volver a empezar» (José Luis Garci, 1982). Dos filmes que arrancaron ovaciones cerradas de un público ya experto que sabe lo que se trae entre manos.
Cobo, músico de larga experiencia dentro de la tradición norteamericana, acompañado por los teclados de Lucas Albaladejo, decidió replantear la partitura de una de las películas más singulares dentro de la obra de Coppola. Una cinta casi experimental que el cineasta grabó, en su carrera inversa, después de proyectos monumentales como los «Padrinos» o «Apocalipse Now». Cuando decidió girar hacia lo artesanal después de la fama y de los «Oscar» junto con un puñado de jovencísimos actores desconocidos que habrían de cambiar el paisaje del cine norteamericano: Matt Dillon, Mickey Rourke, Diane Lane, Chris Penn, Nicolas Cage, Lawrence Fishburne, apadrinados por el icónico Dennis Hopper. En medio de ese lenguaje experimental en blanco y negro, Cobo decidió apostar por un fraseo de ambiente surf instrumental con pinceladas de blues que, dependiendo de los matices, logró que sirviese igual para la tensión que para la ternura. Una atmósfera de rasgueo de cuerdas y pedal wuawua que va creciendo en intensidad según la película se va convirtiendo en una espiral descendente hacia lo inevitable.
Con respecto a la incertidumbre que despertaba la versión folk de «Volver a empezar» que nos iba a presentar el dúo «L-R», Rubén Bada adelantó en su presentación que la idea había surgido para intentar crear una identidad entre el paisaje y la música. Canciones de chigre para redondear una historia de amor donde la Asturias de la emigración tenía un protagonismo latente. Cuando la película empezó con esos paisajes del antiguo Musel, la ciudad gris que era Gijón en los ochenta, y Leticia desnudó su voz con una versión asturiana de «Volver a entamar», todos supimos que aquello iba a funcionar. A partir de ese momento, la poética crepuscular que desprende la cinta, esos paseos de palabras y silencios pasando por Cudillero, Cangas de Onís y Covadonga maridaron a las mil maravillas con cantares como «Nun quiero coyer la flor», «Al pasar por Cimavilla», «Fui al Cristu y enamóreme», «Viva Grao» o «Las dancitas». Al final, dos películas nuevas. La música haciendo cambiar lo más pequeño para modificar emociones, y un SACO XI que se evapora entre aplausos y el cariño de Oviedo, hasta que el año que viene, cómo no, se vuelva a entamar. n
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