Opinión | Crítica / Música

Vísperas musicales

El sobresaliente recital de Francesca Dego y Oviedo Filarmonía

La riqueza musical de Oviedo es difícilmente comparable a otras ciudades españoles de tamaño semejante, máxime entre los meses de marzo y mayo donde, a los "Conciertos del Auditorio" y las "Jornadas de Piano" se unen el Festival de Teatro Lírico Español, el Festival de danza, los conciertos de la OSPA, la Primavera Barroca, el Jazz… una variedad que fundamenta la razón de ser de la Oviedo Filarmonía, orquesta que volvía, después de varias semanas, al ciclo del Auditorio. Y la mejor manera de retornar era, sin duda, con un estreno.

"Vísperas" es una obra de encargo de la Oviedo Filarmonía y la Orquesta Ciudad de Granada donde Jesús Rueda recibe la inspiración de "La Regenta" de Clarín, obra que empieza a cobrar protagonismo en la cultura de la ciudad con los próximos conciertos del ciclo "Música en torno a La Regenta" o con la ópera de Marisa Manchado y Amelia Valcárcel en el Campoamor. Rueda se sirve de la tímbrica como un elemento articulador de la obra –exigiendo de una amplia plantilla–, empleando diferentes texturas para conferir una mayor expresividad a la pieza. Resulta interesante el trabajo seccional que propone el madrileño –cuerda, maderas y metales– como si de las diferentes alturas de una catedral gótica se tratara. No obstante, pese a algunos pasajes inquietantes a nivel armónico, la escritura y sonoridad resultan bastante convencionales.

El público acogió con entusiasmo a Francesca Dego en cuanto hizo acto de presencia para interpretar el "Concierto para violín" de Samuel Barber. La artista italiana desplegó un sonido repleto de calidez y exhibió una musicalidad sobresaliente, con un registro agudo especialmente esmaltado y redondeado. Su pulcritud en el manejo del volumen -con unos pianísimos impecables- y el virtuosismo que lució en el "Presto in moto perpetuo" final, un trepidante ejercicio técnico, encajaron a la perfección con una OFIL que supo mantenerse en segundo plano, arropando a la solista para no asfixiar la proyección de su Francesco Ruggeri de 1697.

La "Sinfonía número 4 en mi bemol mayor" de Bruckner cerraba el concierto en la segunda parte. Lucas Macías, titular de la Oviedo Filarmonía, encaró el reto de enfrentarse a esta partitura con mucha habilidad, sin la necesidad de partitura (como en él es habitual) y con una gestualidad que los músicos supieron interpretar con precisión. Pese a algún desliz inicial de la trompa, los metales cumplieron con solvencia en una obra de gran exigencia para esta sección, sobre la que recae el poderío y los tintes épicos que vertebran cada movimiento de la obra escrita por Bruckner. La OFIL se mostró compacta y bien ensamblada, a un nivel ciertamente coral, con unos fraseos ajustados y unos crescendos muy bien regulados que añadieron efectismo a la ejecución. Las maderas, por ejemplo, se lucieron en las melodías del "Andante", ante una cuerda homogénea que unificaba el sonido, con unas violas de gran lirismo ante el balanceo de violines y chelos.

El "Scherzo" fue quizá la página más lograda, con unos metales nuevamente rotundos y una orquesta maleable y flexible a los tempi y al carácter que imponía la batuta de Macías, muy cómodo y seguro desde el pódium. El "Finale" evidenció la madurez de la orquesta, capaz de llevar a cabo unas gradaciones dinámicas muy acusadas y con mucho sentido para capturar el dramatismo que encierra esta página de Bruckner, culminando una buena interpretación de la magna obra sinfónica.

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