Opinión
Adiós a un pionero de la Medicina
Compartí con Tino Pozo muy buenos momentos a lo largo de muchos años, primero como alumno mío y después como amigo, un buen amigo. Han sido muchas las anécdotas que hemos vivido juntos.
Tino era un hombre aglutinador, sincero, humanitario, extraordinariamente afectuoso y un gran conversador.
Coincidíamos siempre en una tertulia de amigos que teníamos en San Claudio a la cual asistíamos, entre otros, el propio Tino, Javier Blanco, José Antonio de la Fuente y Manolo Linares. Todos ellos, excepto Manolo, gran amigo y pintor, habían sido discípulos míos. Con el paso de los años conseguimos cosechar y cultivar una excelente amistad que ha perdurado hasta el día de hoy, aunque nos separaran 16 años. Desde entonces, hemos mantenido una excelente relación. Tenía un gran respeto a todos. En nuestros encuentros y charlas siempre encontrábamos tiempo para hablar de todo un poco, también de política.
Adoraba a los enfermos y a la Medicina. Le gustaba su profesión con locura y fue pionero y precursor de la cirugía no invasiva y de la cirugía laparoscópica. Ha sido cirujano en el Hospital General de Asturias, en el Hospital Valle del Nalón, en el Hospital de Cabueñes y dirigió el Servicio de Cirugía del Hospital de Mieres.
Era muy estudioso, cuenta con decenas de publicaciones científicas y tuvo siempre una inteligencia increíble y una gran memoria. Académico de la Real Academia de Medicina del Principado de Asturias desde el año 2002, atesora una dilatadísima trayectoria profesional. Ha sido todo un referente, sin duda.
Fue un destacado discípulo del catedrático de Fisiología Bernardo Marín y dedicó muchas horas a la investigación.
Tino tuvo siempre una voluntad de hierro. De joven padeció el síndrome de Guillain Barré, una rara afección autoinmune que afecta a los nervios. Luchó mucho para sobreponerse porque esta es una patología de muy difícil cura y que limita bastante los movimientos.
Durante años realizó una gran labor humanitaria en los campamentos de refugiados saharauis, pueblo con el que sintió siempre un fuerte compromiso, donde se desplazaba para operar enfermos mediante la cirugía endoscópica.
Extraordinariamente inteligente, trabajador, luchador, defensor de la medicina global y en especial la endoscópica, muy sensible. Perfeccionista en todo lo que hacía y gran amigo del enfermo, al que estaba dispuesto a escuchar las 24 horas del día.
Me quedo con la esencia de lo que fue. Una persona buena, inteligente y muy trabajadora. Ha marcado un importante hito en la historia de la medicina que, por fortuna, siguen muchos de nuestros discípulos.
Es ya, sin duda, historia viva de la medicina asturiana. Hemos sido unos privilegiados por haber podido disfrutar de su compañía. La profesional y, sobre todo, la humana.
Descansa en paz, amigo.
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