Opinión | Crítica / Música

Cantadas al Barroco

"La Guirlande", con Martínez Pueyo y Miguélez Rouco a la cabeza, convence al auditorio ovetense con sus estrenos

El ciclo denominado "Primavera Barroca" se ha convertido, sin duda, en uno de los favoritos del público de la capital del Principado. El equilibrio entre formaciones nacionales y extranjeras, el nivel demostrado por los diferentes artistas a lo largo de estas doce ediciones y la recuperación del patrimonio son algunos de sus aspectos más notables que convencen al público de la sala de cámara que, a este ritmo, cubrirá el aforo exclusivamente con los abonados del ciclo en las próximas temporadas.

El pasado martes, "La Guirlande" y Miguélez Rouco ofrecieron una velada extraordinaria donde destacaban las interpretaciones de algunas cantadas que suponen recuperaciones históricas, todo un aliciente para el público de Oviedo. El conjunto, dirigido por Luis Martínez Pueyo, se lució en algunas obras, como en la "Recercada a tres sobre el ‘Pange lingua’" (de Hernández Illana), con un equilibrio perfectamente logrado entre los violines y la cuerda grave. La "sonata en trío número 3 en re mayor" (de Juan Oliver Astorga) también obtuvo una ejecución brillante y muy esmerada donde destacó Martínez Pueyo (traverso), con un sonido cálido y redondeado y una emisión directa, manejando el volumen a su antojo para configurar una página muy vistosa y atractiva en el "allegro" inicial; exhibiendo una delicadeza excepcional, potenciada por la sonoridad de la guitarra barroca, en el movimiento central y relegando la mayor velocidad al número final que, no obstante, no les restó precisión ni les pasó factura en una tímbrica muy sugerente, aun a pesar de un registro incómodo para el traverso.

Miguélez Rouco también fue protagonista de la velada musical, poniendo voz a las cantadas –todas ellas recuperaciones históricas– que conformaban el programa. Quizá algo dubitativo en cuanto a volumen y presencia en "No más mundo, mi Dios" (Hernández Illana), se recreó en los retóricos juegos barrocos que explotan la relación música-texto, con un acertadísimo "Aleph. Ego vir videns" (Pérez de Camino). Pero sería en las dos últimas obras donde Rouco destaparía todo su potencial. En la cantada sola al Santísimo "El pastor amoroso" (también de Pérez de Camino) -que daba nombre al programa-, el contratenor mostró un exquisito tratamiento de la dicción, con algunos agudos afilados, bien cubiertos y unas cadenzas bien resueltas. La cantada "Qué es esto, amor" (de Hernández de Illana), dibujó un sobresaliente diálogo entre violines y traverso a los que se unió Miguélez, con unas intervenciones exigentes por la amplitud de la tesitura y por los constantes saltos interválicos que, no obstante, el contratenor superó con gran musicalidad.

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