Opinión
Réquiem esperanzador
La OSPA y el Coro de la Fundación brillan en el concierto de Semana Santa en compañía de Wagner, Hasselhorn y González
El concierto de Semana Santa de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias se saldó con unos resultados artísticos excelentes gracias al nivel demostrado por la propia agrupación sinfónica, por la altura de los solistas –extensible al director, Pablo González– y, muy especialmente, por la calidad interpretativa que demostró el coro de la Fundación Princesa de Asturias, sobre quien recae el mayor peso de "Un réquiem alemán" (de Brahms), una obra monumental muy acorde para programar como antesala de las festividades venideras. Consignamos también todo un acierto, en contra de lo sucedido en ocasiones anteriores, incluir esta velada dentro de la temporada de abono, un hecho que contribuyó a que el Auditorio presentase el pasado viernes una de las mejores entradas del ciclo que organiza la OSPA en colaboración con LA NUEVA ESPAÑA.

Réquiem esperanzador
El coro ofreció unas prestaciones brillantes, luciendo empastado y muy equilibrado, optando por un volumen adecuado en todo momento que le permitía lucir una proyección poderosa sin resentir una dicción excelente. En el segundo número ("Denn alles Fleisch es ist wie Gras"), los pupilos de José Esteban García Miranda mostraron todo su potencial desplegando unos crescendos y fortísimos muy efectistas cuidando, de igual modo, la ejecución de las fugas, donde las cuerdas estuvieron bien balanceadas, perfilando acertadamente cada una de las invocaciones de los diferentes temas. Los coristas se mantuvieron precisos en las entradas, concentrados y sin abandonar nunca los finales de frase, ajustando las dinámicas y luciendo una impoluta afinación. El único "pero" que se le puede hacer al coro es la aparente ausencia de un relevo generacional que pueda nutrir de voces más jóvenes y pujantes a la agrupación, aunque el nulo apoyo institucional que recibe esta formación parece dejar muy claro su horizonte y añade aún más mérito al trabajo de los actuales coristas.
La soprano Jacquelyn Wagner desplegó una voz no demasiado grande, pero robusta, con unos agudos poderosos y vibrato controlado que redondeó algo su metálico timbre. Solvente en cuanto a proyección, trazó bien cada uno de los fraseos y se reveló como una artista ciertamente expresiva. Por su parte, Samuel Hasselhorn (barítono) extrajo todo el jugo posible a su voz, sugerente y atractiva, con unos agudos cubiertos y unos graves de garantías, manejando con inteligencia un registro central quizá no demasiado prominente, pero repleto de calidez debido a su coloreado timbre.
La orquesta se mostró, en todo momento, muy flexible y dúctil a las indicaciones de González. El director ovetense manejó con mucho tino a todos los artistas, aportando la energía necesaria desde el pódium en cada uno de los siete números que conforman esta magna página sinfónica. Los violines, guiados por Aitor Hevia, brillaron en algunos pasajes de los movimientos centrales, del mismo modo que la cuerda grave aportaría la profundidad y el carácter sombrío que requiere el segundo de los números. Los metales también rindieron a buen nivel, compactos y sin entradas dubitativas, del mismo modo que las maderas, sutiles y concisas en cada una de sus intervenciones. El mérito de González consistió en manejar con prudencia a la orquesta, manteniéndola en segundo plano para no incomodar al coro ni a los solistas, pero sin impedir que mostrara un sonido compacto y que todas sus secciones se mantuvieran bien ensambladas, potenciando la exquisita escritura de Brahms para culminar un réquiem esperanzador en todos los sentidos.
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