Opinión

La apoteosis del oratorio

La orquesta y el coro "Il Pomo d’Oro", junto a un sexteto solista excepcional, alcanzan un éxito incontestable con el monumental "Jephtha" de Händel

Joyce DiDonato, durante su actuación.

Joyce DiDonato, durante su actuación. / Pablo Rodríguez Piquero

"Conciertos del Auditorio"

Intérpretes: Orquesta y coro de «Il ¬Pomo d’Oro», Michael Spyres (tenor), Joyce DiDonato (mezzosoprano), -Mélissa Petit (soprano), Cody Quattlebaum (barítono), Jasmin White (alto), Anna Piroli (soprano)

Programa: Jephtha, oratorio en tres actos de Georg Friedrich Händel.

Auditorio de Oviedo, domingo, 19.00

El prestigio musical alcanzado por la capital del Principado durante las últimas décadas en los principales circuitos internacionales, resulta un motivo de orgullo para todos los melómanos y, seguramente, no se valoren los éxitos logrados hasta que hayan pasado unas temporadas y la distancia imponga su imparcialidad. Sin embargo, cada día es un nuevo motivo para agradecer a todos los agentes involucrados en los ciclos musicales municipales el nivel de su programación, como en la excelente versión del "Jephtha" händeliano –de gira por París, Londres o Dortmund– que, en nuestro país, sólo ha podido disfrutarse en el Teatro Real de Madrid y el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo.

No resulta sencillo encontrar un sexteto solista tan equilibrado para este oratorio en tres actos. El barítono Cody Quattlebaum (Zebul) exhibió una voz poderosa, con un gran volumen y facilidad para la proyección y las coloraturas. No obstante, se mostró, en comparación con el resto del elenco, algo tosco en los fraseos. La alto Jasmin White cumplió con creces en su papel de Hamor, guerrero prometido a Iphis. A pesar de no tener un timbre realmente oscurecido, su caudaloso registro central y su notable proyección sirvieron para redondear un personaje ejecutado con mucha inteligencia. Anna Piroli, miembro del coro, fue la soprano encargada de interpretar el rol de Ángel, desplegando una voz no tan poderosa como el resto de los protagonistas –con una emisión ligeramente más velada– pero un timbre trabajado, de gran belleza, que dejó unos agudos y unas agilidades vocales resueltas con facilidad.

Sin embargo, y a pesar de la calidad de este terceto de artistas, el trío protagonista eclipsaría por completo la velada musical con su talento y calidad lírica. El tenor Michael Spyres encarnó a un pletórico Jephtha. Con un timbre natural, nada impostado salvo para cubrir algunos agudos, hizo gala de un portentoso fiato para lucirse en las coloraturas y resolver, magistralmente, algunas cadencias. Su amplia tesitura le permitió afrontar con seguridad los graves, mostrándose brillante en los agudos, como en las reconfortantes arias "Walt her, angels" y "Fo rever blessed be thy holy name".

Joyce DiDonato, habitual en las programaciones del Auditorio, dejaría momentos de honda expresividad gracias a su dominio vocal. La mezzo se metió en su papel y, a través de una gran teatralidad y dramatismo, se ciñó al carácter que requería cada número. Así, en "In gentle murmurs Will I mourn" optó por recrearse en el lirismo de la pieza y en su elegancia canora, reservando el mayor poderío para arias di bravura como "Scenes of horror, scenes of woe", repleta de pasión y con una inmensa complicidad con la formación de Francesco Corti.

La soprano Mélissa Petit fue la otra gran triunfadora de la noche, luciendo una voz pulida y cálida, jugando con un vibrato muy controlado para aportar la carnosidad necesaria a sus intervenciones y con unos agudos límpidos (como quedó demostrado en "The smiling dawn of happy days"). Su impecable afinación motivó pasajes de gran efectismo dialogando con distintos instrumentos de la orquesta –en "Happy they"– manejando los estados de ánimo con facilidad para ejecutar un doliente lamento "Farewell, ye limpid springs" que recordó al célebre lamento de Dido que se pudo disfrutar, en la voz de Sonya Yoncheva, en el concierto inaugural del ciclo.

La orquesta se movió como un solo músico. Sonoridad compacta y uniforme, color sugerente en cada sección, utilización de instrumentos de época para lograr los resultados historicistas que persigue "Il Pomo d’Oro"… Pero es en los detalles donde la formación que dirige Francesco Corti demuestra su madurez, acompañando perfectamente a los solistas, sin incomodarles en volumen, pero sin renunciar a un sonido presente en todo momento. Su manera de afrontar cada frase, su gusto por los contrastes, las dinámicas o los diálogos aportaron la solidez precisa. Mismas virtudes son extensibles al coro que, pese a estar compuesto por 17 miembros, mantuvieron un nivel mayúsculo: precisos en cada entrada, con una proyección asombrosa y un sonido balanceado y pujante, soldados a la más mínima indicación de Corti.

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