Opinión
Victoria Cueto-Felgueroso
Bajo el cielo de Oviedo: el Martes de Campo
La abogada Victoria Cueto-Felgueroso fue la encargada de iniciar la cuenta atrás para la celebración del Martes de Campo, que tendrá lugar el día 10, con este pregón leído ayer en el Filarmónica, reproducido aquí de forma íntegra
Es un gran honor compartir este pregón con todos vosotros a los que me une la misma tradición y cariño ovetense.
Me considero una enamorada de esta ciudad. Es un orgullo pertenecer a esta tierra asturiana, de ser parte de Oviedo donde he nacido en el seno de una familia maravillosa e inolvidable y donde ha transcurrido mi feliz infancia, juventud y madurez.
He soñado con este 2 de junio en estos meses previos y con este momento en el Teatro Filarmónica como quien sueña con un destino largamente esperado.
Me he desvelado en el amanecer preparando estas palabras con el mismo vértigo con el que en vísperas de los exámenes de la facultad de Derecho aparecía en mis sueños, en el estrado del Aula Magna, el catedrático García de Enterría formulando en voz alta una pregunta que podía –y debería– caer en el examen.
He tenido la ilusión de hablaros de las coloridas Plazas ovetenses, he imaginado pasear por el acogedor Fontán y su bullicio del sábado, compartir con vosotros mis horas en la Biblioteca y disfrutar juntos del espectacular Palacio del Marqués de San Feliz del s. XVIII.
He soñado que acudiría a formar parte de estas palabras el Monte Naranco, acompañante de mis paseos y vigilante fiel de la ciudad, junto a sus joyas prerrománicas, eternas y suspendidas en el tiempo: Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo.
He pensado tanto en mi Oviedo del alma y en cómo os contaría a vosotros estos sentimientos… que al abrir los ojos en plena madrugada para añadir o restar algo del texto del pregón, entendí que hay sueños que no solo se piensan, se sienten y se persiguen… sino que hay que compartirlos y hoy estoy aquí para vivirlos con todos vosotros.
Con este pregón estoy cumpliendo con un "quid pro quo" vital. Devolverle a Oviedo, y a los ovetenses, aunque sea en una humilde y sencilla parte de todo lo que me ha dado. Esta ciudad me enseñó a mirar al mundo con mirada amplia y crítica desde las aulas de mi Universidad, pero también a emocionarme con la niebla que baja a veces del Naranco, con el orbayu, o con la solemnidad silenciosa de sus iglesias al caer la tarde.
Oviedo me ha dado raíces y familia, cultura, amistades y certezas y ahora, con sencillez y humildad, quiero devolverle gratitud, palabras y emoción.
Para entender el significado de esta festividad tan asturiana que nos ha reunido hoy aquí y que lleva el título de este pregón, "Bajo el cielo de Oviedo: el Martes de Campo", es necesario retroceder al año 751, cuando bajo el impulso de Alfonso I y su hijo Fruela I se sentaron las bases de un Reino sólido y fuerte. Cuenta la historia que, en plena descomposición del poder visigodo, nació un pequeño foco de resistencia que con el tiempo se convertiría en la columna vertebral de la Reconquista. Este proceso largo y complejo, permitió a Asturias consolidar su identidad territorial y religiosa, generando una nobleza local que propiciaría un Renacimiento económico, cultural y artístico.
No quisiera pasar por alto, otro periodo histórico digno de reseñar, y orgullo de los asturianos. Tuvo lugar bajo el reinado de Alfonso II el Casto –desde 792 al 842– y no solo fortaleció la estructura del Reino, sino que impulso la cultura y el arte siendo testigo del descubrimiento de la tumba de Santiago e iniciándose así el camino espiritual que aún hoy recorren peregrinos de todo el mundo.
Tras esta etapa de grandeza en Asturias llegaría una época de desafíos internos y amenazas externas que gracias al espíritu de los habitantes de estas tierras, forjado en el esfuerzo y en la fe, la ciudad resistió y supo mantener su esencia a lo largo de los siglos.
Y es precisamente de ese espíritu de resistencia y "coraje" forjado en los albores de la Reconquista, del que brota en el siglo XIII un auténtico Renacimiento en Asturias. En este contexto de resurgir social y cultural destaca la figura de una valiosa mujer: Velasquita Giráldez que hizo posible con su fortuna, generosidad y su visión de futuro la creación de la Sociedad de la Balesquida, causa primigenia del meollo de este pregón.
Velasquita Giráldez se supone que nació en Oviedo allá por el año 1232. Los documentos que se conservan relatan su determinación para servir a los necesitados, restaurar templos y monasterios como el de "San Juan Bautista de las Dueñas", y resaltan la creación gracias a ella de un hospital famoso con el fin de prestar auxilio a los pobres y enfermos.
De familia noble por su hidalguía, y quizás de origen francés por su apellido, podíamos considerarla una adelantada de su época. Contrajo matrimonio con Fernando Gonzalviz y tras su viudedad dedicó su vida al servicio de los más necesitados legando toda su fortuna a la Cofradía de los sastres, siendo esta ayuda tan trascendental que estos artesanos del hilo empezaron a destacar como oficios especializados y a través de los años construyeron el corazón del actual comercio ovetense.
Este gremio se reunía en la capilla de la Balesquida –enclavada en el triángulo mágico formado por la majestuosa catedral y la iglesia de San Tirso– para tomar decisiones sobre su trabajo. En la actualidad, la presencia de una imagen de la Virgen de la Esperanza nos recuerda que no estamos solos.
La capilla guarda silencios, promesas y fe y es parada obligatoria de muchos ovetenses que contemplamos a través de sus rejas aquel pasado y rezamos –entre muchas cosas– por aquellos que supieron sembrar lo que hoy celebramos con tanto orgullo y honor.
El broche de oro de este esfuerzo de Velasquita Giráldez y la iniciativa del Gremio de los Sastres alcanzó su meta con la tradicional fiesta popular ovetense del El Martes de Campo, que celebramos felices, desde aquel entonces hasta nuestros días, todos los ovetenses en el resplandeciente Campo de San Francisco. Nos acompañan gaitas, trajes regionales y sentados en la hierba al pie de los frondosos árboles –como si del cuadro del pintor impresionista Manet se tratase– saboreamos el bollo de chorizo acompañado de la sidrina o el vino y rodeados de nuestras familias y amigos. Es una sensación de felicidad plena.
Aquella tradición sigue viva en todos nosotros y aquel huerto del desaparecido convento franciscano se ha convertido en el pulmón de la ciudad: el Campo de San Francisco. Y nos despedimos de Velasquita no sin antes demostrarle nuestra admiración, para, a continuación, hablar de este maravilloso oasis situado en el centro de la ciudad. Y el mismo lugar nos comunicará más detalles de esa fiesta única que allí se celebra. El Martes de Campo, nuestro martes del bollo, que este año tendrá lugar el 10 de junio.
Machado dejó escrito: "mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero"… Con esta descripción, traigo a la memoria mi infancia tejida con los recuerdos de la calle Cervantes y el camino que recorría con mi hermano hasta el campo de San Francisco.
Y este Campo, protagonista y eje de este discurso, desearía que se convirtiera esta tarde, junto a todos vosotros, en nuestro compañero de risas compartidas al abrigo de su arbolado, guiándonos en un recorrido virtual donde la memoria y la imaginación de los presentes se entrelacen con la mía en este espacio del Teatro Filarmónica.
"Campo de los honmes bonos" debe su nombre a los jardines de un antiguo convento de franciscanos levantado en el Siglo XII sobre el terreno de lo que hoy es la Junta General del Principado.
Cuenta la leyenda que San Francisco descansaba en él tras su peregrinaje a Santiago. Y este hecho se rememora con una estatua del monje enclavada entre el boscaje del campo y realizada por Enrique del Fresno en 1949.
Tras ella un sobrio pórtico románico de la antigua Iglesia de San Isidoro nos acompaña en el paseo.
Y continuamos nuestro apacible e idílico itinerario campestre desde un punto crucial en la historia de Oviedo: el paseo de los Álamos, lindante con la calle Uria, llamado, antiguamente, "el de los melancólicos" debido al semblante de los viandantes, quizás por la visión del cielo gris. En los tiempos actuales, se llamaría "el de los sonrientes" porque el clima ha virado a mejor y el color del cielo es muchas veces azul.
En uno de sus extremos, el de la calle Marqués de Santa Cruz, podemos contemplar la estatua de José Tartiere realizada por el escultor Víctor Hevia en 1933. Sus piernas de bronce han servido de improvisados toboganes para los niños ovetenses y era también un punto de encuentro de las pandillas quinceañeras para continuar al cine o a la zona de los vinos a tomar algo.
Tras el afamado financiero podemos hacer un alto en el camino, para observar el conjunto escultórico realizado en bronce por Mauro Álvarez en 2002, que representa a una mujer con un caballito sobre ruedas y un aparejo fotográfico. Cuentan que esta buena señora les decía a los chiquillos: "chavalinos, subiros al caballín que voy retratavos gratis"… Si tras el posado los niños le solicitaban la foto, les respondía: "primero pagaime que son dos perruques".
A mano derecha y atravesando el Paseo de la Arena nos aproximamos a la Rosaleda y allí dejamos volar la imaginación, pues un arcoíris de colores nos da la bienvenida. Castaños, magnolios, tilos y rosales nos traen a la memoria estampas de juegos y encuentros de nuestra infancia. Desde hace unos años, Mafalda también nos saluda con su escepticismo gracioso que le caracteriza.
Tardes de luz clara con bolsas de palomitas que nuestras manos lanzaban a las palomas, a los patos y a los cisnes, (sí amigos, varios cisnes se mostraban majestuosos desplazándose lentamente por el estanque).
Y dirigimos nuestros pasos cautelosos a la jaula de Petra y Perico. Los osos daban la vuelta al ruedo persiguiendo los barquillos que los niños levantábamos en el aire en el extremo de la mano, con el fin de que los oseznos alcanzasen el exquisito manjar. Mis hijos jugaron, como ahora mis nietos juegan, en este mismo lugar, destinado hoy a columpios y juegos infantiles.
Antes de irnos hacia la zona alta del campo, podemos hacer una parada en el aguaducho para saborear una bolsa de crujientes patatas fritas mientras contemplamos el abanico abierto de las coloridas plumas de la cola de los pavos reales que pasean como dueños de la escena por el Campo. En la actualidad, algunos, han emigrado al Banco de España sin saber los motivos. Quizás busquen mayor tranquilidad y huyan de la persecución de las gaviotas del estanque.
También podíamos encaminarnos "a la Chucha", mítico kiosko donde se vendían golosinas, desde regaliz hasta pipas, pasando por unas piruletas de fresa exquisitas que todos recordaréis.
No pensamos abandonar el campo sin antes realizar una visita a las fuentes. Tres de ellas son para mí una bandera de la infancia. La fuente del caracol, presidida por un caracol de piedra y parada obligatoria para beber agua y continuar con "la pitanza" y los juegos.
Y nos imaginamos subiendo la pequeña cuesta que da al paseo con el trasfondo de los ecos de la música en aquellos tranquilos domingos en los que el ritual consistía en tararear los pasodobles interpretados por la orquesta mientras los niños perseguíamos a los barquilleros que con su chaquetilla blanca y portando un bombo rojo que hacía girar unas manecillas, se encargaban de suministrarnos barquillos y galletas rellenas de miel.
Y ya nos encontramos en el núcleo del Campo San Francisco. En el paseo del Bombé. Su nombre es de inspiración francesa, al igual que los adornos versallescos de sus bancos de piedra. Estos hacían las delicias de los niños y niñas de la capital que nos subíamos a sus lomos como si fuesen gárgolas con cara de leones y nosotros sus victoriosos capitanes.
Aquí estamos en pleno escenario de la fiesta del Martes del Bollo. Hoy en día con mesas, sillas e incluso manteles, antaño en la hierba, sentados en el suelo.
En el extremo del Bombé, que linda con la calle Toreno, se alza misteriosa la fuente de las Ranas, con sus bancos, en los que Pérez de Ayala descansaba. Según relataba en sus escritos este lugar estaba lleno de colorido, impregnado de aroma a eucalipto y del resplandeciente verde de sus prados.
En el otro borde, que limita con la Calle Marqués de Santa Cruz, seguimos admirando otra fuente: Llamada la Fuentona, fue inaugurada en 1875 para conmemorar la traída de aguas del Monte Naranco a la ciudad. Su nombre hace honor a su tamaño y cuenta el anecdotario popular que más de un ovetense terminó con su sombrero flotando en el agua al intentar asomarse para medir visualmente su profundidad.
Y ya cansados nuestros pies, que no nuestra mente alerta, de tan extenso paseo, nos sentamos en un banco de la parte alta del campo, en la zona que corresponde a la calle Santa Susana. Este paseo, llamado de los Curas o también el Espolón, en la novela "La Regenta" de Clarín, nos da cuenta del notable número de sacerdotes que lo transitaban, ataviados con sombrero y manteo negros y la mirada fija en el suelo o en el misal.
Los libros nos evocan también los paseos que por esta misma ruta realizaba Jovellanos, comentando en sus escritos que las señoras con quien se cruzaba eran "dulces, discretas y afables".
¿Cómo nos describirían hoy estos autores? En estos días de rápido deambular, donde no queda tiempo para la calma y la contemplación? Creo que pensarían que simulamos realizar un maratón olímpico.
El Campo de San Francisco ha sido y será siempre un cofre de nostalgias, pero también un refugio del presente.
Nostalgia de los paseos con mis abuelos, con mis padres José Ramón y Marivi, mi hermano Ramón y con mi prima Susana Botas.
Añoranza de los juegos con mis amigas al cascayo o a la goma. Amigas del colegio Covadonga y de las Ursulinas. También de la parada del autobús del colegio Meres donde estudiaron mis hijos. Compañeras de la Facultad de Derecho, del trabajo… Y aquellas amigas no menos importantes que vamos conociendo a lo largo de la vida y que parecen amistades antiguas aunque sean nuevas. Como si el paso del tiempo en lugar de borrar a las personas, las dibujase con más nitidez con la certeza de que en nosotros seguirán viviendo.
Campo de San Francisco, testigo silencioso de mi noviazgo a los 17 años con mi marido Luis Fernández-Vega. Este lugar nos vio comenzar y hoy nos observa, cómplice de nuestros paseos, celebrando con alegría lo que con esfuerzo, hemos construido juntos.
A veces bastaría con cerrar todos los ojos para volver al Campo de San Francisco y percibir con emoción que nunca nos fuimos del todo de esta ciudad. Aunque viajemos a países lejanos y rincones perdidos, siempre regresamos como Ulises a Ítaca guiados por la nostalgia y el anhelo de lo que realmente importa. Asturias es nuestra Ítaca: el destino sereno tras las muchas andanzas.
Y en ese "pulmón de Oviedo", refugio del presente, resuenan cercanas las risas de mis hijos aprendiendo a andar en bicicleta sin ruedinas o jugando al fútbol, y ahora con mis nietos, que no paran… y llevan en sus mochilas las ilusiones y sueños que aún les quedan por escribir.
El pasado nos ayuda a todos a entender el presente.
Hoy, entre tantos móviles y tablets, lo humano se desvanece diluyéndose en pantallas y memes gráficos. Quizá nuestro verdadero reto es tan simple como reencontrarnos, hablar y pasear por este Oviedo maravilloso y rehumanizar con ello nuestras vidas.
Y ya para despedirme de la historia nostálgica, de los paisajes idílicos y los valores que nos definen, solo me queda deciros adiós con la ilusión de reencontrarnos todos en esta fiesta tan alegre que celebraremos juntos el día 10 de junio: El Martes de Campo que llevamos en el alma todos los ovetenses porque en cada trocín de bollo y en cada sorbo de vino o de sidrina está la memoria de los que nos precedieron, el presente de los que vivimos y la esperanza del mañana que nos lleve, si Dios quiere, a seguir celebrándolo juntos. n
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