Opinión

Ir hacia atrás es moverse, pero no es avanzar

El parque del Campillín.

El parque del Campillín. / Fernando Rodríguez

Juan Álvarez es concejal del PSOE en Oviedo

En una escena de la película "Milagro en Milán" (1951), del gran Vittorio De Sica, un haz de luz se convierte en símbolo de resistencia. En medio de un descampado nevado, codiciado por intereses inmobiliarios, los vecinos se arremolinan bajo un único rayo de sol para huir del frío. En Oviedo, 74 años después, el alcalde Canteli proclama que los vecinos de Ventanielles “podrán ponerse a la sombra del árbol”, único de cierto porte en una nueva plaza desierta. La sombra del árbol se convierte entonces en símbolo: no de lo que se les da, sino, precisamente, de lo que se les hurta. Un único árbol, como un gesto mínimo —casi cruel— en una explanada de cemento en la que se han dispuesto, en círculo a su alrededor, unos bancos, como si se tratara de un culto animista a algo que ya es casi un hito singular al que adorar por escaso. No hay milagro ahí: solo hay cálculo. No hay ciudadanía; hay escaparate. La plaza, como el descampado en aquella Milán ficticia, es codiciada no por su valor ciudadano, sino por lo que podría rendir a otros bolsillos: la configuración de la plaza como medio, no como fin.

Este ejemplo, aparentemente menor, ilustra un patrón más amplio que atraviesa el modelo urbano actual. En el reciente debate público sobre la movilidad en Oviedo ha surgido una peligrosa distorsión que conviene corregir: quienes apostamos por una ciudad más sostenible, saludable y eficiente no estamos proponiendo “prohibir el coche”, sino replantear su uso abusivo en favor de un modelo más justo, racional y, también, más eficiente. Acusar a estas propuestas de querer eliminar la libertad de circular en coche constituye una falacia del hombre de paja: se caricaturiza, mediante hipérbole, una opinión fundada para atacarla con mayor facilidad. Defender el transporte público, la bicicleta o el derecho a caminar por calles más seguras no es radicalismo: es responsabilidad. Lo verdaderamente radical es mantener el modelo actual, sabiendo que nos lleva a más contaminación, más ruido, más desigualdad y más vulnerabilidad frente al cambio climático.

Mientras el equipo de gobierno insiste en acusar de “inmovilismo” a quienes impulsan estas transformaciones, lo cierto es que lo inmóvil —lo verdaderamente inmovilista— es aferrarse a una ciudad que ya no responde a las necesidades del presente. Y eso es, precisamente, lo que implica seguir construyendo más aparcamientos en pleno centro, como el proyectado en El Campillín, o pavimentar grandes explanadas sin vegetación. Es movimiento, sí, pero en dirección contraria al futuro. Es desplazarse con energía hacia un modelo ya agotado. Ir hacia atrás es moverse, pero no es avanzar.

Adaptar nuestras infraestructuras al cambio climático es ideología, de acuerdo; pero es buena ideología, y, sobre todo, es anticipación. La suya, que supedita el bien general al interés privado, no es neutralidad ideológica: es mala ideología. Una plaza verde, con sombra real y vegetación viva, no es solo más bonita: es más justa, más fresca y más nuestra.

Oviedo debe decidir qué ciudad quiere ser. Puede seguir invirtiendo en aparcamientos y plazas duras, o puede apostar por una ciudad que respira, que camina, que cuida. Porque el verdadero progreso no se mide en plazas duras ni en aparcamientos para más coches, sino en la capacidad de sus habitantes para vivir mejor.

Lo vimos con la Plaza del Fresno, cuando decidieron colocar un cartel que prohibía a los niños y niñas jugar a la pelota. Con esa decisión, dejaron claro que el mensaje que quieren imponer es otro: “Prohibido ser feliz gratis”. Porque cada vez que limitan el uso libre de los espacios públicos u orientan el diseño urbano al beneficio privado, se está enviando una señal muy clara: que la vida comunitaria no tiene cabida si no genera rentabilidad.

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