Opinión
Un final de altura
La OSPA exhibe todo su potencial sinfónico en la clausura de la temporada de abono
La última velada de abono de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias –aún restan varias citas extraordinarias durante el mes de junio y los primeros días de julio– se saldó mediante un concierto notable donde llamaba la atención la espiritualidad y el misticismo que impregnaba el programa. Equilibrio entre piezas canónicas con otras escasamente interpretadas y un pequeño homenaje a Francisco Coll, compositor valenciano que dejará de ser colaborador artístico de la OSPA después de tres años de fecunda relación, eran los alicientes de esta décimo quinta jornada.
"Las ofrendas olvidadas", de Messiaen, abrieron la velada. La orquesta, bajo la dirección de Nuno Coelho, plasmó con exactitud las diferentes atmósferas que subyacen en las tres partes en que se estructura esta pieza. La sinfónica asturiana se apoyó en una cuerda homogénea y manejó con inteligencia el volumen, dando rienda suelta a la percusión y los metales en la sección central y ajustando con delicadeza los fraseos en los compases finales.
El reestreno de Coll, en una versión revisada comisionada por la OSPA y la Toronto Symphony Orchestra, es un pequeño poema sinfónico que sirve de pretexto al valenciano para demostrar sus cualidades compositivas. En el primer movimiento ("Contrapunto erótico, adagio molto espressivo"), hace evolucionar distintas melodías -con percusión, arpa y celesta para evocar ese carácter onírico y fantasioso- hasta poderosos fortes de tintes épicos y heroicos, gracias a unos metales pesantes y a la abundante percusión. Del movimiento central destacamos cómo la masa sonora se convierte en un decadente vals donde se perciben algunos matices sutiles -como el tratamiento del arpa o el diálogo entre la percusión y los metales– que denotan la experiencia y la madurez de Coll. "Nocturna – Euphoria" cerraba esta pieza, incidiendo sobre el volumen, la tímbrica y el ritmo, evidenciando un importante trabajo textural profundamente cinematográfico.
La segunda parte entrañaba la interpretación de una de las obras más célebres de la historia de la música: la "Sinfonía Fantástica", op. 14 de Berlioz. Los cinco movimientos escritos por el francés se consumieron ante una OSPA inspirada que ofreció una extraordinaria versión. Desde el número inicial se percibió –además de a unos músicos y a un público más cómodo en este tipo de repertorio– un equilibrio y unos balances ajustados, con unas dinámicas interesantes y un sonido compacto que, no obstante, debería haber sido más preciso en los pasajes finales del "Sueños – pasiones". "El baile" fue toda una delicia gracias a la brillantez de los violines (comandados por Aitor Hevia) y a la ductilidad de las maderas que estiraban y encogían los fraseos siguiendo una estudiada dirección de Coelho. Precisamente serían las maderas las protagonistas del tercer movimiento –deudor de "La Pastoral" beethoveniana–, con un excelente diálogo entre el corno inglés y el oboe, este último fuera del escenario, repleto de elegancia.
En los dos últimos números emergieron los metales, bien timbrados, convirtiendo en una fiesta sinfónica los últimos minutos de la temporada de abono, rebosantes de dramatismo y con una notable calidad tímbrica gracias al trabajo desempeñado por cada sección de la orquesta asturiana. El mejor final posible que demuestra todas las posibilidades de la OSPA.
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