Opinión
Ramón sobrino
"¡Felices días!": "Marina" en el Campoamor
Un espectáculo redondo para despedir la temporada, con el teatro a rebosar y con Puértolas como gran triunfadora de la noche
La historia de Marina es la historia de una transformación continuada. Desde la zarzuela en dos actos de Camprodón y Arrieta (1855), hasta la ópera en tres actos (1871), hay toda una rica historia, como ha publicado María Encina Cortizo y nos ha referido en su conferencia para La Castalia en LA NUEVA ESPAÑA el pasado miércoles.

Antonio Gandía, en el papel de Jorge, en el Campoamor. | IRMA COLLÍN
El libreto de la zarzuela en dos actos fue escrito en 1855 por Francisco Camprodón, cuando perseguía los votos de la circunscripción de Santa Coloma de Farners –a la que pertenecía Lloret– para ser diputado en el Congreso; esa es la razón de convertir en argumento de zarzuela una antigua historia acaecida en Lloret de Mar sobre el cortejo de un armador a una joven del pueblo enamorada de un marino. La trama dramática es endeble, pues desde el inicio es evidente que Marina –la soprano– y Jorge –el tenor– se aman, y el armador Pascual –el barítono– sólo será el acicate para que ambos reconozcan el amor que se profesan. La zarzuela de Arrieta presenta 11 números musicales, algunos tomados de un inconcluso proyecto operístico sobre Pergolesi. Desde su estreno, el 21 de septiembre de 1855 en el teatro del Circo, consiguió una enorme popularidad, que fue acrecentándose a lo largo de toda la geografía española e hispanoamericana, con pasajes tan conocidos como la Romanza de Marina, el aria de tenor, el Brindis A beber…, las Seguidillas y el Tango-habanera de Roque.

"¡Felices días!": "Marina" en el Campoamor
En la temporada teatral 1870-71, con la ópera española como "cuestión palpitante", el tenor Enrico Tamberlick, adorado por el público madrileño, que conocía a Arrieta desde muchos años antes, propone al compositor que convierta la zarzuela en ópera, eliminando las escenas habladas y añadiendo nueva música para conformar una obra en tres actos. Arrieta, que no puede recurrir ya a Camprodón, pues ha fallecido en La Habana en agosto de 1870, solicita al joven Miguel Ramos Carrión, entonces con sólo 22 años, que lleve a cabo la transformación textual. La nueva partitura pasa a contar con 23 números musicales, muchos de ellos largos y complejos, y amplía también su plantilla orquestal, especialmente en el metal.
Su estreno el 16 de marzo de 1871 en el Teatro Real logra un enorme éxito, que permite a muchos críticos defender como vía relevante para el establecimiento de la ópera española la transformación de zarzuelas en óperas.
La ópera concluía con el dúo de amor de Marina y Roque, pero, tras su estreno, el influyente crítico Peña y Goñi sugiere a Arrieta que aproveche las aptitudes de Angelina Ortolani, una de las mejores sopranos de coloratura de Europa, y añada un acrobático "rondó" con abundante pirotecnia vocal. Así, días después, se añade este número, un aria bipartita, con una lírica cavatina y una cabaletta llena de agilidades.
La larga historia interpretativa de la partitura, que nunca abandonó la cartelera desde el siglo XIX, genera nuevas modificaciones; así, la cavatina que acabamos de citar acaba eliminándose, sin duda para aligerar el largo y complejo papel de Marina; y también se elimina un hermoso dúo del acto segundo entre Marina y Roque, y una sardana que forma parte del concertante coral final de ese mismo segundo acto. Afortunadamente, desde 2013 tenemos la suerte de escuchar la partitura completa, en la nueva edición crítica ampliada de María Encina Cortizo. Así, estos días en Oviedo escuchamos lo que sonó en el Real en 1871.
La preciosa y cuidada producción de Bárbara Lluch estrenada en octubre de 2024 en el Teatro de la Zarzuela y ofrecida ahora en la temporada ovetense, muestra una escena en dos alturas, con una pasarela muy eficaz para el movimiento de los personajes y para la división del plano escénico. La escenografía de Daniel Bianco, el vestuario de Clara Peluffo, la iluminación de Albert Faura y David Hortelano, y las videoproyecciones de Pedro Chamizo, hacen que la escena salga "redonda", supliendo las importantes carencias de renovación de maquinaria que sufre nuestro teatro. El movimiento escénico, firmado por Mercé Grané, es eficaz en el movimiento de masas aunque, por momentos, ajeno a la elegante estética del montaje.
Sabina Puértolas ha debutado esta temporada en la Zarzuela el personaje de Marina; realmente es un lujo contar con ella para este complicado papel operístico, en el que ha lucido con gran inteligencia sus cualidades de actriz y su dominio vocal, tanto en los exigentes pasajes a solo como en los dúos con Jorge, Pascual y el recuperado con Roque, o en los tercetos, concertantes y el precioso cuarteto, siendo la gran triunfadora de la noche.
Antonio Gandía como Jorge ha mostrado su potencia vocal desde el inicio, con la imagen de la línea vocal "krausiana" siempre presente, y ha redondeado y consolidado su actuación en el acto III. El papel del contramaestre Roque ha sido perfectamente cantado y encarnado por el asturiano David Menéndez, en plenitud de facultades, que nos ha gustado mucho en el recuperado dúo con Marina del acto II –un poco recortado en sus estrofas–, y que ha hecho las delicias del público en las Seguidillas y el Tango-habanera del acto III. Fue emocionante su asturianada interpolada en el acto III, armonizada por el maestro Óliver Díaz.
También Luis López Navarro, en su Pascual, ha cuidado su parte y ha desarrollado adecuadamente un papel de menor lucimiento, pero exigente para la voz.
Estupendos también José Manuel Díaz en su interpretación de Alberto, María Zapata como Teresa, y Seve Cimadevilla en su breve intervención solista.
El otro gran protagonista de la función ha sido el maestro Óliver Díaz, al frente de Oviedo Filarmonía. Su sola presencia es garantía de éxito por su profesionalidad y dominio del repertorio. El maestro Díaz había dirigido ya esta versión completa de la partitura en abril de 2013 en el Teatro de la Zarzuela y después en Oviedo. Conoce la obra al detalle y es un perfecto concertador, acompañando a los cantantes, sosteniendo su línea vocal, y manteniendo el pulso adecuado de forma que la música no decaiga nunca. Ha cuidado mucho los volúmenes, sin sofocar nunca a los cantantes, controlando el sonido del coro y logrando un excelente balance sonoro. La orquesta, bajo su dirección, ha estado francamente bien, luciéndose en sus pasajes solistas la flauta y los violonchelos. También ha estado bien la parte de instrumentos de púa, perfectamente a tempo. La Capilla Polifónica, apoyada puntualmente por la orquesta, tuvo un desempeño correcto en una difícil partitura operística.
En resumen, un espectáculo redondo, que hubiera podido llenar no dos ni tres, sino al menos cuatro funciones en un Campoamor a rebosar. Y es que Oviedo ya es capital musical europea, se reconozca oficialmente o no.
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