Opinión

david rodríguez

En el cierre de La Salvaje

En el principio fue el Movie, dirían las escrituras. La generación de quienes nacimos en la transición (y algo más allá) no fuimos parte del relato del Oviedo ochentero (aunque visitáramos aún La Santa Sebe). Por eso, como equis generacionales que somos, buscamos inconscientemente despejar nuestra identidad cultural, musical, y nocturna. Y en la búsqueda de un relato del que ser protagonistas, inventamos (sin quererlo, sólo ahora desde la distancia se distingue) un cierto Oviedo que albergaba inquietudes de chavales noventeros.

Con eso fuimos construyendo sin saberlo comunidad (zeitgeist, escena… incluso hay más nombres odiosos para denominarlo) en sitios como el mencionado Movie, el Monster, el Noche y Media, La Antigua y La Calleja (juntas, obviamente), la Bola y la Radio, o el Supernova. Espacios de cultura, en los que compartir música. Y vida. A ese Oviedo que fuimos, que es el que somos, le ponen la puntilla estos días con el cierre de La Salvaje. Pero quiero pensar que el mismo chavalín que fui al entrar en el Movie en junio del 97 es el que saldrá por la puerta de La Salvaje tras su cierre.

No debería cegarme mi pena propia, la de perder un sitio donde he estado como en casa rodeado de gente estupenda. La pena importante es la que comparto en colectivo, la que me inunda como uvieín orgulloso que soy. Que Oviedo pierda una sala de conciertos y un bar donde se ha difundido la cultura del mejor modo, se ha creado comunidad y se ha dado cobijo a creadores y curiosos, es directamente un drama. Si La Salvaje ha sido un referente nacional es por ese cariño que han mostrado a lo que hacían, y el respeto a artistas y público. Ese espacio no se llena. Podrán surgir –surgen– propuestas que hagan parte de esto. Pero no todo, imposible. Y aunque lo hicieran, ese espacio seguiría vacío: seguiría siendo el hueco que dejó La Salvaje. Porque algunas cosas son imposibles de reemplazar, porque miraremos ese hueco y sabremos lo que había. Estuvimos allí y fuimos felices.

Acabaré con la obviedad de dar las gracias a Ángela, David, Jandrín y Marcos, que son mis amigos, como dice la canción (ellos saben cuál, no la de Amaral). Porque abrazarles les abrazaré en persona. Les abrazaré –como dijo un hombre sabio para referirse a la eternidad– hasta que "Teenage Fanclub" hagan una mala canción. Han sido responsables de 10 años impagables para Oviedo. Y han dado el marco perfecto para el relato de mi vida. De nuestras vidas (y en ese nuestras van el resto de abrazos que he dado ayer).

Y, sí, he sido capaz de acabar estas líneas sin usar el término indie. Bueno, ¡casi! n

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