Opinión

¿Es que vamos a volver a empezar?

En defensa del acuerdo entre IU y PP

Esta frase es la que espeta, de forma impactante el juez nazi Ernst Jannin, interpretado por Burt Lancaster, en ¿Vencedores o Vencidos? la película de Stanley Kramer que reflexiona sobre la aparición del nazismo en Alemania y la responsabilidad de todos, no solo de la sociedad alemana, en esta caída en la barbarie. La fiebre, que relata Burt Lancaster en el film, de rabia y resentimiento que cegó a aquella sociedad y la hizo odiar al diferente, denostar la igualdad entre hombres y mujeres, despreciar al inmigrante, al judío y al otro, es algo que puede volver a suceder. Nuestra democracia europea, también la local aquí en Oviedo, se adentra en tiempos difíciles. La política se ha instalado en la polarización, en la división y eso sólo favorece al extremismo que entiende, invirtiendo a Clausewitz, que la política deber ser la guerra por otros medios. Tenemos que esforzarnos en que no sea así, que la política sea el estado civilizatorio moral y políticamente superior al de la guerra. Hagamos que política y guerra sean paradigmas incompatibles.

Vox padece esa misma fiebre, le molestan los pactos, los acuerdos entre diferentes. Culpa a las feministas, a los inmigrantes, a los cooperantes. Utiliza el odio y no las ideas como combustible político, incluso dentro de su propio partido. En la guerra que pretende Vox no puede haber zonas de común interés entre diferentes pues entonces los partidos del irracionalismo perderían su leitmotiv y su razón de ser. Pero la política civilizada debe ser la plasmación de la razón y el sentido común para hacer que las cosas cambien. Si la democracia muestra su utilidad los extremismos pierden. Ya hubo encuestas que nos dijeron que los españoles están, en un 90%, hartos de la crispación y exigen acuerdos de Estado. Es plausible entender que también en los Ayuntamientos.

Lo que pretende Vox es que el veneno que contamina la política alcance a la sociedad y la convierta en tóxica, y esto sí puede llegar a suceder. Debemos evitarlo. El PP e IU no coinciden en casi nada, tenemos ideas, proyectos e intereses muy distintos. No obstante, tenemos la obligación de encontrar intereses comunes que son los de los vecinos en materias como la vivienda pública, el medio ambiente, las obras de los barrios y las políticas sociales. Si los acuerdos no impiden la diferencia, la crítica, la labor de oposición ¿por qué no firmarlos? Sólo una concepción de la política polarizada en la que las mayorías se construyen mediante la lógica amigo-enemigo de Schmitt puede responder negativamente a esa pregunta.

Sin embargo no hay nada más contra natura que la ausencia total de acuerdos. El pacto es lo que rige nuestras vidas cotidianas; acordamos con nuestras familias, con los vecinos, en los barrios, con los amigos y amigas, en el centro de trabajo. La vida es acuerdo constante. Lo que hemos hecho PP e IU es, como decía Suárez -el presidente del acuerdo- elevar a la categoría política de normal lo que en la calle es sencillamente normal. Vox camina contra la vida cotidiana y democrática que debemos cuidar y por la que por cierto, tanto luchó esa izquierda comunista -a la que Vox se refiere despectivamente- representada por el PCE en los años de la transición política española.

Los partidos democráticos no deberían hablar el lenguaje crispado y descalificatorio de las minorías. Admitir la gramática política de Vox supone cederles el liderazgo intelectual de la democracia. ¿Se pude pretender ser alcalde o alcaldesa sin haber tenido una sola alianza política? ¿Se puede querer liderar habiendo llegado a los logros cuando los demás ya los habían acordado? ¿Cómo, entonces, se va a gobernar a toda una pluralidad social distinta a uno mismo? Un apunte autocrítico, el tripartito fracasó por su incapacidad para llegar a acuerdos globales, y hacer de muchas propuestas trincheras . Era la lógica de quien iba a asaltar los cielos y terminó dimitiendo de la vicepresidencia del gobierno para dedicarse a la predicación política de las esencias contra la izquierda que no le sigue.

El nazismo en Alemania, el fascismo en Italia y el nacionalcatolicismo franquista en España, criticaron la democracia, los acuerdos entre los partidos, las coaliciones de gobierno y el sistema de representación parlamentario. Como Vox, calificó de basura las ideas de la izquierda -ciertamente no son virtuosos del arte de motejar-, afirmó que las razas no deberían mezclarse y elevó la virilidad a categoría política. ¿Es que vamos a volver a empezar?

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