Opinión

A 444 kilómetros del Real Oviedo

Sobre un carbayón que nunca fue al fútbol

Es irónico, sin duda, lo de haber nacido en Oviedo, bautizado y confirmado en San Juan el Real, hoy Basílica, estudiado en La Medalla Milagrosa después en el Instituto Alfonso II, posteriormente, en la Escuela de Comercio y no haber ido al fútbol en toda mi vida, sin llegar a ver tan siquiera por invitación al Real Oviedo. Repito e irónico. Pero para decir la verdad, si estuve en sus instalaciones varias veces, porque si fui amante del hípico y años después llegué a conocer a un caballista, militar él, viviendo ambos en Madrid.

Pero la curiosidad dio motivo a varias circunstancias, por ejemplo, el que si conociese personalmente a más de un presidente del Real Oviedo cómo Enrique Rubio Sañudo, ligado a Constructora Asturiana, y Eugenio Prieto, dedicado a una imprenta, de la que hoy aún conservo papel y sobres con mí nombre y antigua dirección de Oviedo en relieve, entonces cosa nueva en imprenta. Pero volvamos al inicio.

El vivir tantos años fuera de Oviedo y no ver nunca a mi equipo, porque el no ser amante del fútbol, no significó el no saber si el Real Oviedo estaba en Primera o Segunda División y su piquilla con el Sporting de Gijón e incluso el ver por televisión alguno de sus partidos. El contagio familiar se acusó, porque, sobre todo, mi mujer y nuestro segundo hijo, así como uno de los nietos, desde Madrid son seguidores del Oviedo y hoy contentos de su esfuerzo por ascender a Primera.

Recuerdo curiosidades de aquel Real Oviedo. Por ejemplo, que la estatua que encabeza el Paseo de los Álamos de don Carlos Tartiere, primer presidente del Oviedo, es obra del escultor Víctor Hevia, íntimo amigo de mi padre.

Otra cosa curiosa de aquella vieja etapa era que, hoy ya desconociendo el motivo, a los curas se les prohibía ir al fútbol, pero el canónigo y profesor de Derecho Canónico don Benjamín Ortiz iba a ver al Oviedo y se guarecía arriba en el marcador (je je), donde muchos llegaban a verlo cuando asomaba por una de las pequeñas ventanillas.

Y, por último, recuerdo que el equipo tenía un capellán, don Marcelino Ramos, coadjutor y organista de San Juan el Real, que tristemente falleció en un accidente automovilístico regresando a Oviedo, con el feligrés Monchu, de la pastelería "Las Dueñas".

Y quiero cerrar ésta, mí historia, para hacer llegar nuestra enhorabuena no solo a un Real Oviedo, sino también a toda una afición, de la que conservo bastantes amigos e incluso familiares.

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